Un año para el esfuerzo y la esperanza

Festividad de San Jorge 2014. Calle Alfonso. Ambiente callejero / Foto: Jose Miguel Marco[[[HA ARCHIVO]]]
En 2021 aspiramos a recuperar la vida como era antes.
José Miguel Marco

Está claro que dejar atrás el 2020 no nos produce ninguna pena. Ha sido, para la gran mayoría de los aragoneses, el peor año que podemos recordar, el más nefasto. ¡Y por tantas razones, en tantos aspectos, empezando, desde luego, por las casi 2.500 muertes que la covid ha provocado en Aragón! De manera que lo primero que necesitamos y que deseamos es mirar al 2021 con esperanza. Tiene que ser el año de la recuperación, debemos confiar en que lo será, debemos empeñarnos en que lo sea.

Desde luego, dependerá en gran medida de cómo evolucione la pandemia entre nosotros, algo difícil de adivinar. Pero, ante los atisbos esperanzadores de las vacunas contra la covid y mientras, a trancas y barrancas, vamos aprendiendo a convivir con la enfermedad, cabe prever razonablemente que a lo largo de 2021 podremos ir recuperando paulatinamente cada vez más aspectos de normalidad en la vida cotidiana y en la actividad económica. A partir de ahí, que los aragoneses, junto a los demás españoles, con-

sigamos salir del pozo y podamos volver a creer en el futuro dependerá en gran medida de nosotros mismos. Y lo más inteligente será que seamos conscientes de los puntos fuertes, de los pilares, que sostienen nuestra realidad social y nuestra economía para reparar las heridas que han sufrido durante la crisis, reforzarlos y apoyarnos en ellos.

Somos muy críticos, con razón, respecto a la manera en que se ha gestionado la pandemia y hemos recibido un gran mazazo al comprobar las tragedias y los desastres que un virus ha producido. Pero tal vez cuando todo esto haya pasado habrá que reconocer que también son muchas las cosas que han funcionado bien, o no tan mal, muchas las estructuras de todo tipo que, impulsadas por personas corrientes, como cada uno de nosotros, han sabido parar muchos golpes, han resistido, han seguido adelante. Nuestra sociedad se ha estremecido con la sacudida, pero no se ha derrumbado.

Tampoco hemos sufrido, como ocurre en una guerra, destrucción de capital físico, de casas, de puentes, de fábricas, de carreteras... No, todo eso sigue en pie y solo hace falta ahora que nuestras instituciones, nuestras empresas, nuestros dirigentes y también la ciudadanía acertemos a ponerlo de nuevo a trabajar a pleno rendimiento.

Aragón cuenta, de entrada, con algunos aspectos diferenciales que, bien conjugados, pueden ayudarle no poco en el proceso de recuperación pospandemia. El primero, y de los más importantes, es que el clima político de la región está menos enrarecido por el enfrentamiento partidista de lo que podemos ver en el escenario nacional. No es que aquí no se hayan cometido errores -y algunos muy graves- en la lucha contra la covid, pero sí es cierto que las fuerzas políticas y sociales han sabido mantener un tono más dialogante y menos agrio. Ahora, los responsables de las instituciones han de profundizar en la vía del diálogo, perseverar en la tradición del pacto y esforzarse por recuperar la confianza de los ciudadanos.

También en la estructura económica aragonesa hay aspectos que cabe esperar que contribuyan de manera decisiva a la recuperación. El sector agroalimentario, por ejemplo, ha mostrado su solidez frente a los problemas causados por la pandemia y ha continuado produciendo y distribuyendo alimentos con la regularidad acostumbrada; algo que damos por sentado, pero que no por ello ha sido menos importante en estos largos meses de crisis. Y, además, ha mostrado su vitalidad batiendo récords de exportaciones, lo que lo confirma como uno de los motores a mantener y cuidar con vistas al futuro de la Comunidad.

Otra ventaja a sostener y a potenciar estará en el mayor peso del sector industrial dentro de la economía aragonesa que en el conjunto de la española. Y no solo hay que contar aquí el automóvil y toda su red auxiliar, sino también otras ramas de la industria mecánica, los electrodomésticos

o la industria química. Para mantener el impulso del sector industrial, y especialmente el de la automoción, que está inmersa ya en una compleja transformación al hilo de las exigencias ambientales, será decisivo que la normativa de la tan anunciada transición ecológica se realice de manera razonable, lo que requiere un intenso diálogo entre los reguladores y las empresas. Esa transición, por otro lado, debe abrir también nuevas oportunidades económicas y la posición de fortaleza de Aragón en el desarrollo de las energías renovables puede aportar una contribución significativa a la salida de la crisis. Además están en marcha inversiones importantes en la Comunidad, como los centros de datos de Amazon, que no se han detenido por la pandemia y que aportarán un impulso renovador.

Pero si hay áreas de nuestro tejido productivo que están resistiendo relativamente bien la sacudida de la pandemia, no debemos olvidar que hay otras que están sufriendo lo indecible y en las que la supervivencia de empresas y puestos de trabajo requiere, en estos tiempos, de actitudes casi heroicas. El ejemplo palmario lo tenemos en la hostelería y, en medida algo menor, en el comercio minorista. Bares, restaurantes y hoteles han sido los grandes perjudicados por la mayoría de las medidas restrictivas que ha sido necesario tomar para combatir la covid. Y las ayudas públicas que han recibido apenas llegan a lo simbólico. ¿Qué pasará con ellos el año que viene? Esta es quizás una de las grandes incógnitas.

De lo que no cabe duda es de que todas estas actividades ligadas a la gastronomía, al ocio o al turismo tienen futuro y habrán de seguir siendo una parte fundamental de nuestra economía y de nuestra vida cotidiana. Pero la salida de su particular crisis puede aún retrasarse si la llegada de las vacunas contra la covid no permite un rápido levantamiento de las restricciones. Y puede complicarse por la desaparición de empresas, el cierre de negocios y el endeudamiento que muchos otros han tenido que asumir. El panorama es muy difícil, pero la esperanza puede venir del afán que tenemos la mayoría de los aragoneses, como seguro que en otros lugares, de recuperar nuestra vida social, de restablecer nuestras costumbres -incluso nuestros pequeños vicios-, en definitiva, de volver a disfrutar de una buena cena, de un vino, de una copa, de volver a viajar sin restricciones oprobiosas. Se ha visto que este verano, cuando la enfermedad nos dio una tregua, se llenaron los hoteles del Pirineo y de otras zonas; o que la gente ha aprovechado cualquier resquicio -a veces, es verdad, incluso de manera poco prudente- para seguir visitando bares y restaurantes. La clientela sigue ahí, y está ávida de normalidad. Ese es el mejor capital de la hostelería a medio plazo, pero o se ofrecen ahora ayudas de emergencia o muchas empresas no sobrevivirán lo suficiente para aprovecharlo.

Delicada es asimismo la situación de muchas tiendas y comercios. Con la excepción de los dedicados a productos de primera necesidad, han visto cómo caían las ventas como efecto colateral de la pandemia. No solo por el largo confinamiento, sino, quizás sobre todo, por la pérdida de ingresos de muchas personas y familias y por la lógica reacción de otras muchas que, ante la incertidumbre, han preferido reducir gastos y aumentar el ahorro. Han crecido, es cierto, las ventas por internet, pero el grueso de ese negocio no va a parar a las pequeñas empresas que son las que iluminan con sus escaparates las calles de nuestras ciudades. Su recuperación dependerá en gran medida de nuestra actitud colectiva como consumidores. Si encontramos razones para empezar el año con expectativas favorables, el consumo puede recuperarse con rapidez. Aunque, como en el caso de bares y restaurantes, para las numerosas tiendas que han echado el cierre ya sea demasiado tarde.

Otro más de los grandes damnificados es el sector de las actividades culturales, especialmente el de los espectáculos en directo. Con una estructura empresarial frágil, pero que en los últimos años luchaba por estabilizarse, la pandemia le ha asestado un golpe durísimo. Y tampoco en este caso las ayudas públicas, cuando las ha habido, han sido ni mucho menos generosas. Nuevamente, la esperanza viene de las ganas que la gente tiene de volver a una vida normal, lo que también significa ir al cine, asistir a conciertos y al teatro sin estar pendiente de regulaciones de aforo y otras limitaciones.

Lo cierto es que, en conjunto, como sociedad, los aragoneses vamos a comenzar el año 2021 siendo notablemente más pobres de lo que éramos en enero de 2020. Y en miles de hogares de nuestra Comunidad esa es una realidad que se siente a diario de manera dolorosa. Entre todos, con los mecanismos de apoyo social públicos y privados, tenemos que ayudar a que las situaciones más precarias se superen cuanto antes. Pero la mejor receta será una rápida reactivación económica que cree empleo y nos devuelva a la senda del crecimiento.

Confiamos en que con el sostén del BCE podamos financiar los déficits públicos que en estas circunstancias son inevitables. Y en que las ayudas europeas contribuyan a sufragar inversiones que relancen y modernicen la economía. Pero tenemos que ser conscientes, ciudadanos y políticos, de que el aumento del déficit, tanto en los presupuestos estatales como en los autonómicos, no puede ser permanente ni convertirse en barra libre. Si el dinero público siempre habría que manejarlo con exquisita prudencia, en estos momentos hay que calibrar muy bien el destino de cada euro gastado o invertido para que cumpla la función que le corresponde, que no debe ser otra que sustentar los servicios públicos, superar el bache y generar riqueza.

Aragón, por otra parte, seguirá arrastrando en 2021 otros déficits que la covid ha hecho pasar a segundo plano pero que los ciudadanos tenemos que seguir insistiendo en que se cubran de una vez. Infraestructuras pendientes, planes contra la despoblación y para el desarrollo del mundo rural o financiación autonómica adaptada a las singularidades de nuestra Comunidad son asuntos que tienen que volver a los primeros puestos de la agenda política en cuanto la evolución de la pandemia abra un hueco.

El año que viene, en fin, se nos presenta a los aragoneses -como a los demás españoles y como en tantos otros países- cuesta arriba, como un tiempo difícil. Pero después de lo que hemos pasado en 2020 tenemos que iniciarlo con la ilusión de dejar atrás lo peor y con la determinación de esforzarnos por salir adelante, personal y colectivamente. Seguro que pasarán meses antes de que podamos olvidarnos de las mascarillas, pero si, con vacunas y precauciones, mantenemos al virus bajo control, 2021 puede quedar como el año en el que supimos superar uno de los peores momentos de nuestra historia. Vamos a ello.

Algo más que la recuperación

Normalización de la vida cotidiana y recuperación de la economía son sin duda los dos grandes deseos de la mayoría de la gente para este año que comienza. Pero con eso no basta. Antes de la pandemia la sociedad aragonesa tenía ‘en cartera’ un buen número de aspiraciones y de preocupaciones que siguen vigentes. Y el trauma de 2020 ha puesto de relieve la urgencia de atender algunas de ellas. De manera que no solo hay que normalizar y recuperar, en 2021 también hay que poner al menos las bases de muchas reformas y transformaciones. Desde la adaptación al cambio climático hasta la incorporación de las nuevas tecnologías pasando por el impulso a la investigación y la mejora de la administración y de los servicios públicos, la tarea es inmensa. Obviamente, la covid ha subrayado la obligación de fortalecer algunos aspectos del sistema sanitario. La atención primaria, las ucis y los servicios de salud pública han sido los escudos que han parado, dentro de sus posibilidades, los golpes de la enfermedad. Y se han mellado no poco en esa difícil misión. Sería temerario, tras esa experiencia, no reforzarlos. Pero las necesidades son muchas y en cuanto los agobios del coronavirus queden atrás comenzarán a manifestarse social y políticamente. Los gobernantes aragoneses tendrán que marcar un orden de prioridades y establecer un estrecho contacto con la sociedad para elaborar planes eficaces y que merezcan el respaldo general de los ciudadanos. La pandemia ha marcado un doloroso paréntesis, que ojalá se cierre en los primeros compases de 2021, pero Aragón tiene por delante el reto de construir su futuro.

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