Por
  • Pedro Rújula

Realidad

Cementerio y tanatorio de Torrero en abril.
'Realidad'
José Miguel Marco

A estas alturas, cuando el año da sus últimos estertores y, quien más quien menos, se propone lanzar una mirada atrás y hacer algo parecido a un balance, o un inventario de daños, sorprende constatar que todavía tenemos ganas de jugar. Seguimos jugando a la ruleta con la enfermedad. Y lo hacemos con una sencilla fórmula: separar, por un lado, el plano de la realidad de la pandemia y, por otro, el de las normas de las que nos dotamos para intentar contener su avance. Hacemos como si existieran dos realidades, una en la que cumplimos con las reglas, eso si, flexibilizadas según el criterio o el interés de cada uno. Y otra la de la enfermedad. Jugamos a creer que si cumplimos con las normas en la primera, nada puede suceder en el territorio de la segunda.

Si las normas nos protegen, lo siguiente es olvidarse de la enfermedad y cumplir las normas. Podemos, incluso, negociar sus extremos: el número de familiares reunidos en torno a una mesa o los desplazamientos hasta el último pueblo del limite provincial, el porcentaje de aforo de un interior o el número aceptable de no convivientes en una reunión. Cumpliendo la norma, estamos a salvo.

Llegados hasta aquí, y con el próximo año ya en el horizonte, hay veces que pienso si no hubiera sido mejor que nos hubieran tratado como ciudadanos adultos responsables de nuestros actos enfrentados, directamente y desde el principio, a la realidad de la enfermedad, sin los paños calientes de las normas.

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