Director de HERALDO DE ARAGÓN

El año de la covid-19

Opinión
'El año de la covid-19'
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Menudo año y tamaña contienda. Brutal, disruptiva, agotadora. Pensábamos que unos pocos días de confinamiento serían suficientes para matar al virus y aún desconocemos cuándo podremos quitarnos la mascarilla. Ha sido largo –está siendo largo– y aún nos resta por recorrer un sinuoso camino sobre el que ignoramos desde las etapas intermedias hasta el lugar donde queda la meta. Tan solo hemos alcanzado a descubrir que el coronavirus actúa como un potente acelerador, un virus mortal al que se le debe añadir la capacidad para alterar el ritmo con el que acompasábamos la vida. El tiempo ha avanzado repentina y velozmente en dos o tres años, encontrándonos con un futuro al que no se le ha concedido el imprescindible periodo de maduración. No solo hemos adquirido una compartida destreza digital, sino que también hemos observado como en este 2020 se ha adelantado la transformación, y hasta la fecha de defunción, de docenas de actividades y negocios.

La gran guerra mundial que como generación pensábamos que habíamos logrado eludir nos ha tocado de lleno. Sin contiendas armadas ni protegidos en profundas trincheras, aunque con efectos igualmente devastadores en vidas y economías, la covid-19 ha supuesto una quiebra que concede dimensión de catástrofe a una secuencia que arrancó con la crisis de 2008. Una rotunda alteración fuera de todo ciclo económico que ha magnificado limitaciones y dependencias.

El año 2020, que será siempre recordado por los dramáticos efectos causados por el coronavirus en la población mundial, ha alterado usos y costumbres

La pandemia nos ha colocado frente a una cruel realidad que, paradójicamente y por el momento, no se expresa en la sociología política ni en las tendencias electorales. Los movimientos que se describen son lentos y progresivos y responden más al desgaste natural de la acción de gobierno que a la gestión de la crisis sanitaria. No es que se perciba una resistencia al cambio o un deseo por aferrarse a lo conocido bajo el pretexto de la excepcionalidad vivida, lo que estaría pasando es que la condición mundial de la covid-19 se interpreta como un manto global que dispensa, justifica y hasta permite dejar entre paréntesis ciertas actuaciones. Por esta razón, la política no se ha roto, ni se han producido grandes giros que abren etapas o permiten relevos políticos. Se han desplazado los usos y las costumbres, pero políticamente –solo hay que mirar a Estados Unidos para ver lo ajustada de la victoria de Joe Biden– atravesamos un período que no computa tal y como podía presuponerse.

Esta contención, que no frena el hartazgo y el malestar de ciertos colectivos, no ha detenido la actuación política de los gobiernos y, menos aún, la del Ejecutivo central. La pandemia nos ha sumergido en la estrategia política, en el tacticismo y, en ocasiones, en el oportunismo, permitiendo, incluso, el ataque a terceros. Es así como se descubre, por ejemplo, el grito de auxilio del Consejo General del Poder Judicial, clamando por su independencia y confirmando una fragilidad y una amenaza, la que implica observar al órgano de gobierno de los jueces pidiendo ser escuchado en el Congreso antes de ver recortadas sus competencias. Toda una preocupada expresión frente a la ruptura del equilibrio entre los poderes del Estado.

Al igual que ha permitido que se produzca un adelanto del futuro sin la imprescindible maduración

La covid-19 nos ha quitado mucho –demasiado–, siendo lo más importante las vidas humanas perdidas, pero no debemos tolerar que bajo ninguna excusa ni despiste se quiebre aquello que como sociedad nos concede capacidad de respuesta frente a esta y otras crisis: nuestra confianza en las instituciones.

Disfruten con responsabilidad de estos días. Feliz Navidad. 

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