Por
  • Julio José Ordovás

Cuestión de gustos

Manuscrito que se guardaba en la casa familiar de los Baroja en Vera de Bidasoa.
'Cuestión de gustos'
Efe

Hay escritores a los que nada se les da mejor que hablar mal de otros escritores. En el arte de la maledicencia, Borges, tan quevedesco, no tenía rival. Incluso cuando elogiaba a alguien, como en el caso de García Márquez, no podía evitar la mordida: "Al menos los primeros cincuenta años de soledad son memorables". Con Rulfo fue menos generoso. Cuando un periodista le preguntó su opinión sobre el escritor mexicano, Borges le dijo: "Lo he leído muy poco". "Es que solo ha publicado dos libros, ‘El llano en llamas’ y ‘Pedro Páramo’", le replicó el entrevistador. "Ah, sí, la novelita esa es linda, ¿no?", contestó Borges.

Baroja tampoco mostró mucho entusiasmo por las obras de sus contemporáneos. Los juicios barojianos no se limitaban, sin embargo, al plano literario. Por Ramón y Cajal no sintió Baroja ni afecto ni admiración. Reconocía la importancia de su labor científica, pero sus ideas filosóficas le parecían corrientes, su prosa arcaizante y su aspecto le recordaba al de un rabino, lo que, para un antisemita patológico como él, significaba lo peor de lo peor. Es verdad que Cajal, como escritor, valía poco y que su prosa es infumable, pero lo que irritó al vasco fue una apreciación estética que Cajal hizo sobre los alrededores de Madrid: "Menester es tener sentido cromático de oruga para echar siempre de menos el verde mojado y uniforme de los países del Norte y menospreciar la poesía penetrante del gris, del amarillo, del pardo y del azul". Ahí Cajal le dio a Baroja, que no admitía más que una cierta belleza melancólica en los colores de la tierra árida, donde más le dolía, y don Pío, con vileza, escribió que "el gusto del gris y del pardo es un gusto semítico de gentes del desierto".

Para terminar de denigrarlo, Baroja le dedicó uno de sus rastreros chismes de portera: Cajal debía de tener cierta preocupación erótica en la vejez porque se le veía en los paseos mirando a las mujeres con mucha atención y no solo eso sino que además, el muy pecador, escribió un cuento donde se notaba la líbido.

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