20 de diciembre

Opinión
'20 de diciembre'
Lola García

Hace años, en sesión pública, dije que los Fueros de Sobrarbe eran invención de Jerónimo Blancas, el cronista de Aragón sucesor de Zurita. Un colega presente negó mi aserto en tono desabrido. Callé la réplica, por pensar que le venía grande y que el sujeto siempre fue bastante mostillo. En efecto, la invención en sí era anterior, pero lo crucial de ese mito se resume en dos cosas: el "Nos, que somos tanto como vos y, juntos, más que vos", anejo al juramento de los reyes; y la creación del justicia en el orto mismo del reino. Y fue Blancas quien dio autoridad al mito en el siglo XVI. Zurita había omitido estos cuentos. Blancas, plagiando a otros, dijo tener "vehementes sospechas" de que eran una creación de los lombardos obsequiada a los sobrarbeses. Cuando Felipe II -que carece de calles en las capitales aragonesas– ordenó decapitar al justicia en 1591, Blancas se convirtió en un arsenal ideológico. La fama de estas cosas cruzó las fronteras y vino, como un bumerán, a la ‘memoria colectiva’ aragonesa del siglo XIX. Persiste, con ropajes modernizantes (pero poco atendibles), la idea de que el justiciazgo es hijo del Aragón primigenio y una de sus ‘señas de identidad’ genéticas y primordiales.

Ya fray Diego Murillo, en 1614, escribía su asombro: los ajenos a Aragón –"al menos los que no son muy doctos", advertía– imaginan al justicia "como un baluarte o torreón que tenemos los aragoneses para defendernos del Rey y hacerle guerra". Bien sabía él que el cargo lo proveía el rey, aunque se propalase "que el Reyno le elige para vivir (...) conforme a sus gustos y libertades. Es cosa lastimosa ver el concepto que acerca d’esto se tiene". Los excesos de la fábula llevaron al sarcasmo de los críticos: Vicente de la Fuente, bilbilitano y conservador, llamaba al justicia "el Júpiter de Sobrarbe"; y en 1878 escribió Ximénez de Embún, ironizando sobre esos orígenes remotos basados en hipótesis gaseosas: "¡Famoso reino, famosos reyes, a quienes sólo faltaban unos no menos famosos fueros!".

El justicia ni mucho menos nació hecho y acabado. Y ni comenzó ni concluyó cuando dice el solemne monumento que perpetúa su recuerdo en la plaza de Aragón de Zaragoza: ni el primer justicia de Aragón existió en el siglo XII, ni se llamó Pedro Jiménez, ni el último fue Juan de Lanuza V.

Cada 20 de diciembre las instituciones aragonesas –no así los ciudadanos– honran debidamente al desdichado Juan de Lanuza V

El justicia fue... lo que fue

El justiciazgo, institución de gran interés, debe ser contemplado con alguna objetividad. No hay magistratura comparable hasta el siglo XIII. Y en el siglo XV –la frase es de Morales Arrizabalaga– aún se intenta que "la creación del derecho en el reino corresponda a las Cortes con el rey, y el Justicia termine de definirse como un tribunal que aplica la legislación, pero no la crea".

El fraile Vagad, cronista de Aragón, ciñe el asunto: el justicia no tiene facultad para crear derecho y ha de actuar "según las leyes por el rey y el reino ordenadas".

El justicia fue, al cabo, un juez que sentenciaba; llegó a presidir un tribunal de varios jueces adjuntos y dispuso de una prisión propia en la que el rey carecía de potestad para intervenir.

Autores muy principales han estudiado estas cosas. Entre ellos, Lacarra (y algunos discípulos suyos), Lalinde y Giesey. No hace tanto (2012), Clizia Magoni, instada por el entonces justicia F. García Vicente. En 1981, Juan Utrilla hizo un buen repaso de lo escrito por sabios alemanes, franceses, holandeses y españoles (Mayer, Haebler, Meijers, Molho, Ramos, Lacarra, Lalinde...) acerca de los Fueros de Sobrarbe, en cuyo ambiente hay que insertar el nacimiento fabuloso del justiciazgo aragonés.

El estudio más taxativo de los que postulan la condición de funcionario del rey que tenía el justicia lo firmó Luis González Antón. (Está disponible en la red, Colección CAI 100, 73: y quizá les sorprendan las páginas 71 a 81). No es difícil de leer. Se compartan o no todos los juicios del experto en Cortes medievales que fue este profesor burgalés arraigado en Aragón, el libro enriquecerá a quienes, por la fuerza de la costumbre –o por la simpleza de la política y de sus ‘memorias históricas’– sigan sin conocer otros puntos de vista que los que se consumen hoy etiquetados como ‘Historia’ en coloridos potitos edulcorados y con conservantes.

El justicia decapitado el 20 de diciembre de 1591 por orden de Felipe II

La ‘memoria histórica’ es coriácea e impenetrable y la resurrección decimonónica del mito primigenio, encarnada en el monumento erigido en 1904 (con varios lustros de retraso), ha prevalecido por motivos ideológicos y sentimentales. Hoy, día 20, lo llenaremos de flores y banderolas.

No hay que minusvalorar la notable figura del justicia de Aragón y su amplia fama. Pero desde 1265 en adelante, sin añadirle medio milenio de vida. La institución, si bien su nombre evoca atinadamente aquella notable invención jurídicopolítica, es de otra clase y carece de jurisdicción propiamente dicha. Presérvese su valioso recuerdo. Pero en los debidos términos y limpio de paparruchas nacional-identitarias.

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