Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

El derecho a ser escuchado

Opinión
'El derecho a ser escuchado'
LEOMARTE

Es muy conocida la fábula del batracio recalentado. Si sumergimos una rana en una olla con agua hirviendo, salta y salva la vida; si la depositamos en agua fría que luego la calentamos lentamente hasta llevarla a ebullición, no percibe el peligro y se cuece hasta la muerte. En esta alegoría se basa el denominado ‘síndrome de la rana hervida’. Ocurre cuando un problema evoluciona de forma tan lenta que no es percibido y, en consecuencia, no genera reacciones o estas son tan tardías que ya no son capaces de evitar los daños originados. Esto puede estar ocurriendo con la crisis de representación que vive la política.

Los datos confirman que, poco a poco, crece la desconfianza de los españoles hacia las clases dirigentes. De hecho, el mal comportamiento de los políticos es el cuarto principal problema para los ciudadanos, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), solo por detrás de la crisis económica, el coronavirus y el paro. Y este descrédito ya no solo es habitual entre los jóvenes, sino que se empieza a extrapolar a la franja de edad entre los 40 y 65 años.

La sociedad está ensordecida por el exceso de ruido

La desafección se intensifica, pero no es nueva. Se remonta a la recesión económica que se inició en 2008 y al ‘austericidio’ con el que respondió la UE, los escándalos de corrupción y la percepción de que los gobernantes no son receptivos a las demandas sociales. Esta tendencia se ha acelerado ahora porque la actual ‘policrisis’ (sanitaria, política, económica y social) puede ser más virulenta de lo que se preveía.

La ‘fatiga democrática’ es un fenómeno estructural en la mayoría de los países occidentales, pero en España se ve agravada por la creciente polarización. En 2008, los dos grandes partidos concentraban el 82% de los votos y ahora apenas el 49%. Esta fragmentación del arco parlamentario alimenta el paradigma definido por el analista Moisés Naím: el poder es más fácil de adquirir, más difícil de utilizar y más fácil de perder.

Para ganar atención, los políticos gritan y sobreactúan. No les sirve

Lo cierto es que hay un amplio abanico de formaciones con una reducida representación. Y hay también una nueva hornada de jóvenes líderes: Pedro Sánchez, Pablo Casado, Santiago Abascal, Pablo Iglesias, Inés Arrimadas, Alberto Garzón… Aportan juventud, un valor que ha cotizado al alza en el debate entre vieja y nueva política, pero que no proporciona ninguna ventaja. Por ahora, lo único que han demostrado la mayoría es que les gusta la estrategia de la crispación, de polarizar, de mezclar los sentimientos con la política haciéndola más emocional que racional. Se suman así a otra tendencia del siglo XXI: el paso de la política convencional a la de las emociones (Martha Nussbaum). Además, todos encabezan partidos que han desatendido los intereses de sus electores para concentrarse en ocupar todas las esferas del poder estatal.

Los candidatos no han comprendido que el proceso por el que sus partidos los seleccionan, los apoyos que reciben y los currículos que exhiben no les confieren un derecho sagrado para vencer en unas elecciones. Tienen que ganarse lo que el prestigioso catedrático canadiense Michael Ignatieff denomina "el derecho a ser escuchado por los votantes". En la vida cotidiana, los expertos poseen este derecho debido a sus conocimientos, pero en política es diferente. Un candidato puede ganar en las urnas sin tener carácter, popularidad, títulos universitarios o dinero, pero no puede ser elegido sin poseer el derecho a ser escuchado. En realidad, un candidato se gana ese privilegio a ser escuchado si el votante considera que es digno de confianza, si logra convencer a los electores de que está en política por ellos. Esta es la piedra de toque de la crisis global de representación política.

Solo consiguen el suspenso de los ciudadanos en las encuestas de valoración. Deben ganarse el derecho a ser escuchados

Si España no quiere quemarse, como la rana se cuece lentamente en el agua recalentada, nuestros actuales hiperlíderes, deudores del márquetin posmoderno antes que de la integridad ética, tienen que demostrar que están en política por los ciudadanos. Solo así se ganarán el derecho a ser escuchados entre tanto ruido.   

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