Trátame de tú

Un repartidor de Glovo en Zaragoza.
'Trátame de tú'
Laura Uranga

El otro día llamé a un tipo por trabajo que me insistió en que le tratara de tú hasta que le pregunté algo que no le gustó y cambió al usted, y así nos quedamos. Me pareció un idiota con el Don delante: Don Idiota. Y, en realidad, en el mundo abundan como los inversores. Tengo unos ahorros y me gustaría comprar un apartamento discreto en el centro de Madrid pero cuando consulto las ofertas, en todas se indica que es un piso "ideal para inversores". A este paso, deduzco que en Madrid no habrá habitantes: habrá "inversores" con pisos ideales en los que vivirán de alquiler ciudadanos asfixiados. La M30, que es la circunvalación que rodea el centro de la ciudad, se parece cada vez más a una soga pero como no está a la venta sino que viene con el piso, no se sabe exactamente cuánto es de ideal. Calibrarlo es complejo pero sí arroja la idea de que el mundo se parece mucho a una batalla excesiva donde hay una barbaridad de ruido intrascendente, de ese que va a los sentimientos para quedarnos como estábamos: ideales.

Así que de forma velada se encuentra uno cosas inmensas. Mi madre me pregunta cada día por WhatsApp si soy feliz; así, gratuitamente, sin que pase nada extraordinario. Es una pregunta descomunal que estoy seguro que nadie me volverá a hacer con esa insistencia y sinceridad. Una pregunta que a veces no le respondo porque estoy aguantando a un tipo que me dice que le trate de tú y luego de usted. Y se me pasa decirle que las cosas siguen bien y que soy feliz; se lo diría mientras sueño con ponerle un bozal a Don Idiota, a quien hay que poner buena cara para meter unos garbanzos a final de mes en casa y separar unos cuantos para esa entrada que gastaré cuando dé con un apartamento "ideal para vivir en él" (si es que encuentro esa descripción alguna vez).

El domingo salí a dar un paseo al final de la tarde. En un semáforo, otro Don Idiota le decía a un rider que ahora con la pandemia se estaban forrando y que se quejaban demasiado. "Nos han rebajado a la mitad lo que nos pagan por pedido", le dijo el chaval, que llevaba una mochila amarilla de reparto de comida. "Ya, ya…", le respondió Don I., que se perdió victorioso por una calle con luces de Navidad, caminando como quien ha olvidado ya a aquella persona que le preguntaba siempre si era feliz.

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