Por
  • Miguel Ángel Liso

No es ideología, es dignidad

Opinión
'No es ideología, es dignidad'
Krisis'20

El romance que parecen estar disfrutando el Gobierno y Bildu en estos últimos meses, con una fluida sintonía en la aprobación de diferentes normativas, entre ellas probablemente la de los Presupuestos Generales del Estado (PGE), ha levantado una gran tormenta política. También social. Pero la praxis política anda ya curada de espantos. Hacer política supone muchas veces huir de la lógica, recurrir a la excepcionalidad, tomar decisiones que podrían calificarse de contradictorias, descabelladas y hasta de cariz ‘contra natura’, es decir, sin ningún miramiento con la propia ideología. El problema en este caso es acertar a colocar correctamente la línea roja que separa la rareza, asumida en la práctica, y la quiebra de la ética.

Quienes defienden la aceptación de este tipo de acuerdos con la formación independentista y radical de izquierdas, que hasta hace muy poco tiempo jaleaba abiertamente y sin pudor al terrorismo de ETA, argumentan que ya es un partido legal y que estas aproximaciones son muy beneficiosas para su integración plena en el sistema democrático. Mano tendida. Es una forma de verlo.

Es cierto que casi todos los partidos constitucionalistas, con algunos de sus líderes a la cabeza, como Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, entre otros, han hecho a lo largo de la transición un llamamiento al cese de la violencia terrorista, pidiendo que las ideas y aspiraciones que supuestamente lo sustentaban se encauzaran a través de la vía política. "Dejen las armas, dejen de asesinar y vayan al Parlamento" se decía de forma reiterada. Incluso se llegó a sugerir que si así lo hacían, el Estado sería generoso con ellos. Hemeroteca.

Así ha ocurrido, en parte. ETA dejó las armas, aunque no por convencimiento, sino por una eficaz acción policial que les llevó al desguace total, y anunció el cese de los asesinatos, aceptando los cauces políticos para conseguir un estado vasco independiente. Su sarcasmo y arrogancia los mantuvo hasta el final. En su último comunicado de mayo de 2018 decía que ETA daba "por concluida toda su actividad política" (sic) y que continuaría su lucha "en otros ámbitos… con la responsabilidad y honestidad de siempre" (sic).

Bildu ha recogido una herencia del terrorismo de ETA que se niega todavía a condenar las décadas de violencia y crímenes contra la democracia

Pese a esta dialéctica corrosiva y nauseabunda, la pregunta que aún prevalece es si estos gestos son suficientes para que se les otorgue licencia democrática plena y que se pueda llegar a cualquier acuerdo con ellos, sin que gran parte de la sociedad se retuerza aún por ello de sufrimiento. Posiblemente no. Cinco décadas de terrorismo criminal tenían que dejar forzosamente secuelas. Han sido muchos los muertos. Las heridas infligidas siguen estando a flor de piel. Esta tormenta política no es sino una consecuencia más de los dolorosos años en que se mataba indiscriminadamente a hombres, mujeres, niños, niñas… un horror.

¿Puede olvidarse esto de un plumazo? Pues tampoco. Siendo importante, no basta que los terroristas hayan dejado las pistolas y las bombas y que sus cómplices hayan normalizado su presencia en las instituciones democráticas. El ciclo de lo que en su momento se llegó a llamar el proceso de paz sigue estando incompleto. Y solo podrá darse por concluido si de verdad hay un arrepentimiento público y sincero por el daño causado, no mascullado entre dientes para que no se entienda. No es una petición humillante, como ellos pretenden hacer ver, sino decente cuando está de por medio una larguísima trayectoria de violencia extrema, el relato de cuya historia también habrá que vigilar. Y completado así el proceso sabremos de verdad si la inmensa mayoría de los españoles está dispuesta a olvidar, a perdonar y a aceptar este tipo de acuerdos como algo natural y no desgarrador. Por eso, el intento de algunos de darle ahora la vuelta a la tortilla de la noche a la mañana, como si ese tiempo de terror no hubiera existido, para justificar sus acuerdos, bajo el argumento simplón de que estos separatistas pertenecen ya a un partido legalizado, es deplorable.

Se han integrado en el sistema por la puerta de atrás. Jamás se han arrepentido, y si lo han hecho no se ha enterado nadie. Siguen vitoreando como héroes a los etarras, los incluyen en sus listas electorales, y creen, aunque procuren disimularlo con una confusa pero intencionada verborrea, que las matanzas estaban justificadas. No se percibe sensibilidad alguna, ni pesadumbre, ni remordimiento, ni una discreción obligada por respeto a las víctimas. Y esa burla cruel se agudiza cuando seguimos viendo y escuchando en demasiados foros sus bravatas y el lenguaje matón, prepotente y hasta sarcástico en sus comparecencias, en las que llegan a presentarse como tolerantes y demócratas convencidos. Por eso no es fácil aceptar todavía este compadreo con los adjuntos de aquel generador de barbarie.

La política es así, podría decirse. Sin embargo, las especiales circunstancias de este caso obligan a delimitar dónde está la frontera de lo aceptable, hasta dónde se puede llegar, con qué se puede ser implícitamente beligerante, en qué lugar se ubica la moral. El factor que condiciona este episodio no es ideológico, tiene nombre y se llama dignidad. La misma que se recoge en la Declaración de los Derechos Humanos, o sea, el respeto por uno mismo y por los demás.

Pactar con ellos supone traspasar, no una frontera ideológica, sino la barrera de la dignidad y la ética

Quizá sea el momento, al menos hasta que ese ciclo de perdón sea completado por los independentistas, de pedir a la política un poco de dignidad y respeto para los que sufrieron directamente el terrorismo y no caer en la tentación de creer que todo vale. Dignidad para calibrar en qué punto debe refrenarse el impulso político y apostar por la ética. Esa ética que entendió muy bien el contraalmirante Méndez Núñez cuando descolgó en el siglo XIX aquella frase que ha perdurado hasta hoy y que habla de situar la honra por encima de los barcos. No se trata de ideología, sino de dignidad.

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