El gancho de Celaá

Una imagen del a Ministra de Educación, Isabel Celaá.
'El gancho de Celaá'
Efe

El economista británico Alfred Marshall (1842-1924) dictó la conferencia ‘El futuro de las clases trabajadoras’ en 1873, en el Reform Club de Cambridge. Décadas después, sirvió de punto de partida al sociólogo Thomas H. Marshall (1893-1981) para su conferencia de 1949 ‘Ciudadanía y clase social’. En ambos casos, la educación era la clave para argumentar en pos de una mejor sociedad. No era algo novedoso, al contrario, pero ambos remacharon el mismo clavo. Sin instrucción, sin educación no es posible la libertad civil ni la ciudadanía social plena. Es más, la educación sirve para tomar conciencia de la dignidad individual y la de los demás.

De aquel discurso del economista hay muchas palabras que siguen resonando: los hombres no eran –ni somos– mera ‘maquinaria de producción’. Los trabajadores debían convertirse en caballeros. Alfred Marshall proponía "que todos adoptemos este principio de acción: así como un hombre que ha pedido dinero prestado está obligado a pagarlo con intereses, así un hombre está obligado a dar a sus hijos una educación mejor y más completa que la que él mismo ha recibido. Esto es lo que está obligado a hacer. Podemos esperar que muchos hagan más de lo que están obligados a hacer".

Casi siglo y medio después, ese principio sigue siendo esencial. De hecho, la gran transformación de la sociedad española se sostuvo en esa máxima. Nuestros padres se dejaron la piel en ello. Y tuvimos la suerte de que el sistema educativo español acompañase… hasta el desastre de la Logse (1990). Desde entonces no ha ido a mejor. Era difícil imaginar algo más nefasto que la LOE de Zapatero (2006) o que después de la ley Wert (2013) tuviéramos algo peor. Pues eso peor está ya aquí. La Ley Celaá ha venido a emponzoñar más el sistema y ha resembrarlo de viejos problemas, en lugar de resolver aquello que se debía mejorar.

En vez de construir puentes para unir y para potenciar el sistema educativo junto con la creatividad social, la nueva ley de educación de la ministra Celaá excava una trinchera

Esta ministra ha dado un nuevo golpe al sistema educativo, un gancho de izquierda divina. Bajo capa de defensa de lo público, de igualitarismo y de equidad, se impide conseguir un consenso de Estado para este asunto esencial. En vez de construir puentes para unir y para potenciar el sistema junto con la creatividad social, se excava una nueva trinchera. El pluralismo de idearios y carismas nacidos de la iniciativa de la sociedad civil se ve otra vez cercenado por la manía ‘sociolista’ –ahora ‘podemitada’– de imponer su modelo educativo. Y, para colmo, se ceba con los centros de educación especial. Uno de los ámbitos del sistema donde más sentido tiene el principio de acción postulado por A. Marshall en el siglo XX. Porque, precisamente, la atención que dedica una sociedad a los chicos y chicas con más dificultades es un indicador de la calidad de su sistema. Pero no, la Sra. Celaá, con los más débiles, menos atención y menos sensibilidad.

Quienes tenemos hijos con discapacidad intelectual en centros de educación especial vemos con mucho temor y preocupación la reforma de Celaá. No solo por la "disposición adicional cuarta. Evolución de la escolarización del alumnado con necesidades educativas especiales". Lejos de atender la voz de las familias –que apostamos por la inclusión, a la vez que defendemos la pertinencia, singularidad y necesidad de los centros dedicados a la educación especial–, ha decidido no escuchar. Solo le interesan los que piensan como ella y sus compinches. No les cabe otra perspectiva. Unos pocos ‘sociolistos’, de nuevo, deciden por todos. En lugar de cuidar y proteger a los alumnos y alumnas de los centros de educación especial y sus familias, deciden ‘integrar’ a su manera, sin herramientas, sin recursos y sin conocimiento de causa. A esto se suman los efectos de la pandemia de virus de Wuhan y la irresponsable gestión del Gobierno de Sánchez.

El pluralismo educativo es una riqueza y no un obstáculo

Nos esperan tiempos más difíciles. Nuestro Estado social y democrático de derecho es una conquista irrenunciable, pero hemos de ser conscientes de que no es irreversible. Debemos cuidar, mejorar y proteger nuestra democracia. Y en eso, la educación sigue siendo esencial. Tenemos la obligación de legar un mundo mejor del que heredamos.

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