Por
  • Elena Capapé

Cuentos de hadas

Una escena de la serie 'Gambito de dama'.
Una escena de la serie 'Gambito de dama'.
Netflix

Mediante un experimento en los años sesenta, el psicólogo Stanley Milgram comprobó que, cuando varios individuos se detienen en la acera con el fin de elevar su mirada hacia la ventana de un edificio, un amplio porcentaje del resto de viandantes tienden a hacer exactamente lo mismo, sin necesidad de que en dicha ventana recale nada de interés. En el último episodio de la serie ‘Gambito de dama’, su protagonista, una joven ajedrecista profesional, también alza sus ojos hacia el techo en el momento más tenso de una partida. En él, imagina un tablero con el que su mirada y mente juegan y vislumbran cada movimiento posible del lance que disputa. Su oponente, centrado en las piezas de la mesa, observa la dirección de los ojos de Beth y sigue su ruta sin encontrar nada. Solo ella es capaz de verlo.

Las historias tienen predilección por hablar de mentes complejas, como el caso de esta ajedrecista. Encontramos fascinación por los visionarios que rompen moldes y marcan el camino. En la ficción, los espectadores de la partida de ajedrez asumen el prodigio de esa joven que vive, imagina y siente las piezas del tablero. Una idealización que se aleja de nuestra realidad, en la que, podemos presuponer, el público juzgaría a aquella chica que se empeña en abstraerse en un techo desnudo mientras la acción sucede en el tablero depositado a escasos centímetros de sus manos. Y, sin embargo, cuántas lágrimas, sonrisas y pieles de gallina perderíamos si la ficción no nos narrara cuentos de hadas.

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