Por
  • Fernando Víctor Zamora Chueca

Consejos a Sánchez

El Papa Francisco.
El Papa Francisco.
ANGELO CARCONI

En la audiencia privada que mantuvo, el pasado 27 de octubre, el papa Francisco con el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, en un discurso improvisado el Sumo Pontífice le dejó muy claros una serie de consejos y de advertencias.

Desde la Moncloa, no se mencionan y se habla solamente de la buena sintonía y de la coincidencia de criterios, en la necesidad de construir un mundo basado en la cooperación y la solidaridad, como se plantea en la encíclica ‘Fratelli tutti’, o también en el cambio climático, las migraciones y la presente pandemia. Pero la realidad es que –aun cuando fueran dichos con mucho cuidado y tacto, para evitar que pudiera pensarse que se entrometía en la política española– Francisco dejó claramente sentadas sus ideas sobre varios importantes problemas que afectan a España.

En primer lugar, el Papa advirtió de cómo las ideologías sectorizan y deconstruyen la patria, reconociendo lo complicado que supone, a veces, consolidar la unión por las dificultades que surgen de los localismos. Exactamente eso es lo que ocurre en España con las ideologías independentistas de algunos partidos vascos y catalanes y su actuación política, con diversos grados de intensidad: pero, ese problema parece irresoluble de momento, por el grado de fanatismo que han conseguido inculcar en una parte importante de sus poblaciones.

Todavía es más grave que el presidente del Gobierno tenga sentado a su lado, en el Consejo de Ministros, como vicepresidente segundo, al líder de Unidas Podemos, el cual desprecia públicamente el maravilloso evento histórico que supuso la Transición democrática en nuestro país, mundialmente reconocido y loado. Si repasamos nuestra historia con objetividad, admitiremos que este acontecimiento es lo mejor que la ha sucedido a España durante siglos. Este proceso culminó con la Constitución del 78, mediante la cual España quedo constituida como Estado social y democrático de derecho, cuya forma política es la de monarquía parlamentaria; y el tal vicepresidente no solamente ataca a la Constitución y a la monarquía, sino que pretende sustituirlas por una república, constituida por un conjunto de estados confederados (¿cuántos, quiénes?).

Si se repasara la historia, se vería cómo la construcción de un Estado confederal, cuando se ha realizado para la unión de varios Estados o entes existentes previamente –como es el caso de Estados Unidos, con la más antigua constitución del mundo (1787), con la idea que dejó plasmada el senador Daniel Webster: "Un solo país, una sola constitución, un solo destino"–, el éxito ha sido rotundo, aun cuando haya habido veintitantas enmiendas; también se puede realizar alguna ‘enmienda’ a nuestra Constitución siempre que se respete lo sustancial de la misma. Por el contrario, cuando el proceso es el inverso, cuando se pretende el desmembramiento de un estado unitario, el resultado suele ser un desastre, como pudo comprobarse históricamente en el terrible caso de Yugoslavia, que en nuestro caso supondría la casi segura balcanización del país.

El Papa insistió en lo contrario; en la obligación de los políticos de "consolidar la nación y hacer creer la patria", advirtiendo de que "las ideologías sectarizan y deconstruyen la patria", señalando las dificultades que plantean los "localismos" y mostrándose también contrario a los excesos que puedan provenir de la "fantasía tradicionalista" de "volver a las raíces" olvidándose del futuro.

Estos son los magníficos consejos que deslizó el Santo Padre al presidente Sánchez, pero también dejó constancia de que la representación publica es difícil servicio, pues es una forma muy alta de caridad y amor, según su visión, animando al presidente a que transmitiera a los miembros del Parlamento español lo que piensa el Papa de todo esto. Si estas reflexiones calaran en nuestros políticos, podríamos derribar la terrible barrera del odio cainita que sigue separando las dos Españas y hacer política en el sentido más noble de la palabra, como, por ejemplo, ha demostrado la cristiano-demócrata Merkel, gobernando durante años junto a los socialistas. Y así le ha ido a su país.

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