Director de HERALDO DE ARAGÓN

¿Quién manda?

Opinión
'¿Quién manda?'
POL

De condición descompensada, sin tan siquiera haber hecho públicas sus diferencias pactadas, la coalición de gobierno PSOE-Unidas Podemos se descubre atribulada. Es tirante e imprevisible y concede al socio minoritario tal protagonismo que despierta una abierta desorientación en quienes buscando compatibilidades solo descubren necesidades; una pérdida de posición del PSOE que causa incredulidad en los votantes y también en los que se asoman a España desde la ventana europea. Un Gobierno en permanente braceo podemista, con Pablo Iglesias empeñado por hacerse notar, ante lo que parece el declive de una etapa morada, pero que, apoyados en el símil futbolístico, pretende la propiedad del balón hasta el pitido final. Podemos es una formación reducida a la figura de su líder, aferrado a una vicepresidencia como fiel resumen del tránsito por la política de una formación que un día se imaginó vigorosa.

La coalición que soporta al Gobierno refleja una progresiva ganancia de peso de Unidas Podemos en detrimento del Partido Socialista

Hay mucho de morir matando en este relato político –también de búsqueda de reversión–, donde la deslealtad o la tolerancia al desafío del socio define una relación en la que el PSOE rechaza las críticas de sus mayores permitiendo a Adriana Lastra decir que "ahora nos toca a nosotros", como si la formación fuera un coche de feria sin rumbo. Club de fans, como sentencian algunos, o partido asintomático, como concluyen otros, el PSOE está tan alejado de la crítica interna que el pacto con Bildu se ha convertido en otra pieza más de un rompecabezas troquelado por la oportunidad de Pedro Sánchez. Es el niño propietario de la bicicleta que se justifica en el "no me dejan dejar" para hacer lo que le da la real gana sin reparar en que en la plaza de juegos hay otros chiquillos. Porque la política en tiempos de pandemia va de esto, de dejar aunque no te dejen dejar y de impedir que Podemos dé un giro con doble vuelta a la tensa situación nacional enmendando con Bildu y ERC los Presupuestos del Gobierno. Una deslealtad mayúscula y rayana en la provocación que solo cabe interpretar como una muestra de la debilidad de un partido que se dice de Estado. Si fuéramos ricos y estuviéramos sanos, la maniobra se habría sustituido en secuencia por otro titular con la palabra ruptura, pero en pobreza y enfermedad el desgarro, aparte de premeditado, se tolera.

Cuesta descubrir el porqué, la razón por la que un Gobierno que quiere mostrarse homologado ante Europa apuesta por descalabrarse, por infligirse un daño desacreditador. Resulta incomprensible. Las lecciones de la práctica política reiteran que lograda la centralidad esta tiende a ensancharse, a expandirse hasta ocupar como un gas el espacio vacío. Porque centro ‘haberlo, haylo’. La mano tendida de Ciudadanos, reiteradamente ignorada por el PSOE y esforzadamente ridiculizada por Podemos al buscar el respaldo de la izquierda abertzale y del independentismo catalán, da muestra de ello.

La experiencia de este Ejecutivo mixto está generando una abierta crítica en varios de los barones socialistas

Pretende Sánchez, que no es lo mismo que el partido o sus barones, un cambio de ciclo en coincidencia con la pandemia. Un volteo sin atender al momento, que sí a la oportunidad, que requeriría de un consenso del que se carece y cuya urgencia solo responde a las prisas de Podemos. Una nueva transición sin toma de conciencia colectiva a la que se acceda por hechos consumados y tripulada por el más pequeño de los socios.

Todo ello refleja dudas sobre quién manda, quién provee de contenido a la política nacional o si el fundamento de los pactos presupuestarios es pura matemática o un deseo de aproximación entre afines. Un viaje con billete de ida hacia la duda que oculta las necesidades de una economía abierta en canal y que tiene al presidente del Gobierno convertido en propietario exclusivo del reparto de las ayudas europeas. Quizá todo comenzó con un coral y ministerial aplauso tras un viaje a Europa o quizá la gestación se produjo en los meses del confinamiento, cuando Sánchez salía por televisión y Pablo Iglesias solo miraba la pantalla.

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