Subdirector de HERALDO DE ARAGÓN

La habitación 440 del Servet

Entrada de la residencia general del Hospital Miguel Servet de Zaragoza.
Entrada de la residencia general del Hospital Miguel Servet de Zaragoza.
José Miguel Marco

José María se habría preguntado en aquellas horas definitivas qué sentido tendría ya vivir. Con el maldito virus dentro, ese que no avisa pese a que estamos alertados, que no respeta ni edades ni caracteres ni circunstancias, que no repara en lo que se lleva por delante ni a quién ataca ni a quién mata. José María entendió lo que, por otra parte, siempre habría sabido. Que si no estaba Gloria, no estaría él. Que sin Gloria, nada tendría sentido porque todo aquello que habría conocido antes de enamorarse de ella hacía 50 años no podría compararse con aquella vida posterior, toda una existencia compartida hasta la maldita parca. Tres hijos y cuatro nietos eran testigos.

En el Miguel Servet los habían colocado juntos. En la habitación 440 descansaban los dos, sin que nadie hubiera dudado sobre la conveniencia de que se hicieran compañía ante aquel destino final marcado por la misma enfermedad. Dicen que José María no estaba tan mal, pero que al ver partir a Gloria se dejó ir, como los barcos que se desdibujan en el horizonte en un día de niebla. HERALDO publicó la esquela de ambos el 8 de noviembre, ubicada entre otras tantas, en los meses de la infamia. La hemeroteca los refleja para siempre, allí estaban, allí están sus nombres, unidos en un mismo recuadro. La constancia de toda una vida construida en el amor y el esfuerzo y separada por apenas unos minutos, entre la tristeza de los seres queridos y la incredulidad de los sanitarios, ante un final que nadie habría anticipado. Constata uno de sus hijos que sí, que José se dejó ir, que la pena es más letal que el terrible coronavirus. Le atacó cuando él ya entendió lo que iba a suceder, cuando los médicos estaban a punto de darle el alta. ¿Para qué quería el alta si ya no la podía cuidar? En la habitación 440 tuvieron que correr la cortinilla entre las dos camas para que José dejara de preocuparse por Gloria, por los últimos días de Gloria que solo él sabía que también iban a ser los suyos.

Se marchan, se van, se nos siguen escapando, como si hubiéramos abierto una puerta terrible que no dejan de cruzar. Y aquí seguimos, buscando culpables, mientras ni siquiera pensamos un minuto en las vidas ejemplares y anónimas de nuestros mayores, de nuestros vecinos.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión