Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Gambito de provocación

Comparecencia de Pablo Iglesias en el Senado
Pablo Iglesias en el Senado
Fernando Alvarado

El gambito de dama, como se puede ver en la serie del mismo nombre, es una estrategia con la que el jugador puede iniciar una partida de ajedrez. Al igual que las demás aperturas, revela mucho de su personalidad. En general, consiste en comenzar sacrificando algunas piezas a cambio de lograr una mejor posición en el tablero.

Pablo Iglesias es un adalid del gambito en la política española. Aunque más que de dama, su estilo debe definirse como ‘gambito de provocación’, por sus maneras desafiantes y megalómanas. En realidad, siempre ha sido un magnífico ejemplo de narcisismo universitario. Con la arrogancia típica de quien se cree el más listo de la clase, irrumpió en el escenario político y televisivo hace siete años. Las urnas le sonrieron porque supo rentabilizar la indignación de muchos ciudadanos. A lomos de pensadores como Gramsci y Laclau, se instaló en el Parlamento con aires de insultante superioridad. Allí confirmó qué cierta es la más célebre de las sentencias del maquiavélico Giulio Andreotti: "El poder desgasta… al que no lo tiene".

Pablo Iglesias maneja con habilidad el arte de la provocación

Aunque las urnas le han ido restando respaldo, a principios de este año logró mantener en la Moncloa al ave Fénix del socialismo español. Y no por solidaridad, sino por estrategia: siempre ha anhelado la hegemonía de la izquierda. Provocativamente, ya lo demostró en 2016 cuando le exigió a Pedro Sánchez la vicepresidencia de un posible gobierno y el control de todas las palancas del poder, desde el BOE al CNI. Ahora, no manda en los espías (que se sepa), pero ya es vicepresidente del Ejecutivo y con frecuencia ejerce de presidente. Con una mezcla de seducción y coacción, ha conseguido invertir los papeles entre el actor principal y su socio minoritario. Nunca se había visto que la cuarta fuerza política le dictase la agenda a la primera.

Fiel al estilo del gambito, ha sacrificado a Errejón, Carmena, Bescansa y demás compañeros de viaje. Ha sido una sangría de fichas valiosas para acabar entrando en un gobierno de coalición con el objetivo de no ser expulsado definitivamente del ajedrez. Su constante declive electoral solo podía pararse mediante alguna cartera ministerial y el reparto de cargos entre los más fieles. Por eso actúa con una descarnada concepción de la política como puro juego de fuerzas. De hecho, lo dejó claro desde el primer momento: "Cuando en política no tienes poder, no tienes nada. No cuentan las razones, cuenta el poder".

El líder morado, sin embargo, sabe que su poder ya solo se proyecta en gestos. Tiene las manos maniatadas, por mucho que sea vicepresidente del Gobierno. Como España pertenece a la UE, al euro y la OTAN, buena parte de las políticas le vienen impuestas. ¡Y no digamos el proyecto de Presupuestos 2021! Responde milimétricamente a la orientación anticíclica y keynesiana dictada por el BCE, en plena coincidencia con el FMI y la OCDE. Son un calco de lo que están haciendo todos los gobiernos europeos, aunque sean de muy diferente signo político.

El camaleónico profesor interino no puede, pues, hacer la revolución. A cambio, puede hacer mucha gesticulación. Como descolocar al PSOE ennoviándose desde la Moncloa con los partidos que han manifestado abiertamente que quieren destruir el Estado (ERC y Bildu) mientras finge no querer casarse con ellos.

Por eso, en uno de sus libros (‘Disputar la democracia’) ya definió cuál era su estilo: "Si quieres acertar no hagas lo que la izquierda haría"

Su pragmatismo provocador se suma a una corriente posibilista encarnada por líderes como Blair, Clinton o Schröder, que pensaban que los proyectos de transformación de la sociedad (los típicos del socialismo) eran algo obsoleto y que el objetivo de la izquierda debía ser administrar la democracia capitalista mejor que la derecha, aunque fuera con un mero ejercicio tecnocrático sin un propósito ético.

Max Weber advirtió: "Quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder por el poder, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere". Es decir, que hay dos modos de hacer de la política una profesión: o se vive para ella o se vive de ella. Cada día que pasa parece más claro que Pablo Iglesias, convertido en un ludópata político que juega de fábula al gambito del provocador, no vive para la política sino de ella.

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