Por
  • Octavio Gómez Milián

Miedo

Toma de temperatura en un colegio.
Toma de temperatura en un colegio.
EP

Por las mañanas escribo un mensaje a Javier para que me diga cuántos han sido los contagios del día anterior, luego aprieto los puños para que en la zona de Ateca no suban los casos. Tengo miedo cada vez que entro en una clase y cada vez que salgo de ella. Respiro tras la mascarilla y el aire cargado de dióxido de carbono me provoca un perenne dolor de cabeza. En el recreo los alumnos buscan las esquinas para bajarse la mascarilla solamente por la rebeldía adolescente y darle dos caladas a la vida que parece que les estamos robando. Nos afanamos por mantener el ritmo con los contenidos, nos lavamos las manos con gel una y otra vez en un ceremonial de purificación extraña. Entra el jefe de estudios. Me cae bien, sabe mantener la calma. Le pide a uno de los chicos que están sentados que recoja sus cosas. El silencio cae como aviso de peste. Sale y se une al goteo de alumnos que salen de otras clases. Amigos que están dando clases en Madrid no dicen que están inmunizados contra esas sorpresas. Su miedo sigue. En el ambulatorio todavía animan a los que entran y en la farmacia continúan sonriendo al devolver el cambio.

Busco en la prensa la fecha de la vacuna y encuentro que mi Gobierno se regodea en pactos con la muerte, cuando la muerte está ya rondando. ¿El español en Cataluña? Ojalá me importara. Antes de meter en la cama a mi hijo pegamos cromos y a uno de los personajes del cuento le pongo la voz del Rey emérito. Cuando por fin se duerme me entran ganas de llorar pensando en el mundo que le va a tocar vivir. 

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