Por
  • M.ª Pilar Benítez Marco

Vidas paralelas

Atípica misa de Domingo de Ramos en el Pilar y calles vacías en los alrededores.
'Vidas paralelas'
Guillermo Mestre

Total, suave, domiciliario, perimetral, obligatorio, voluntario… Los adjetivos van especificando los tipos de confinamiento, mientras estos van modelando las diferentes vidas. La que más se resiste a recluirse dentro de cualquier límite es la que predominaba en nuestra sociedad hasta la aparición de la pandemia y la que mejor se adaptaba al mundo globalizado que habitábamos. La que se basa en múltiples contactos sociales y desplazamientos geográficos. La que mira hacia fuera y que, de forma magistral, ha narrado la escritora Olga Tokarczuk en ‘Los errantes’. La que, en suma, define la poética de esta premio nobel de Literatura, al considerar que, pese a lo peligroso, siempre es mejor lo que se mueve que lo estático, el cambio que la quietud.

Sin embargo, no siempre esta vida externa, basada en la movilidad geográfica, es el eje de la existencia. También hay movimiento y cambio en una vida que mira hacia el interior. Pienso en la escritora Emily Dickinson, que decidió autoconfinarse y no cruzar el linde del terreno de su casa, porque pensaba que, "para un emigrante, un país está vacío, salvo si es el suyo". Aun así, mantuvo relaciones sociales a través de una interesante correspondencia y creó uno de los mejores universos poéticos conocidos, muy adelantado a su época.

Seguro que, como en las ‘Vidas paralelas’ de Plutarco, entre estas dos formas tan distintas de entender el arte de vivir, hay un adjetivo que las acerque y dejen de ser excluyentes durante y después de la pandemia.

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