Federación y confederación

Opinión
'Federación y confederación'
Krisis'20

Ahora que se ha empezado a hablar de ‘crisis constituyente’, podemos preguntarnos si existen fórmulas alternativas para que los españoles sigamos siendo libres, seamos más iguales y volvamos a ser fraternos. Dos exministros catalanes, el socialista Josep Borrell y el popular Josep Piqué, entendían que era así cuando propusieron en 2017 dos soluciones para el problema generado por el ‘procés’: transformar el Estado de las autonomías en un Estado federal o buscar la manera de encontrar un estatuto especial para Cataluña.

Una España federal podría funcionar bien si recogiera todo lo bueno que ha conseguido el actual Estado de las autonomías y corrigiera los problemas de funcionamiento que se han ido detectando a lo largo de los años. Tendría que ser una ‘federación de cuentas claras’, en la que las regiones tuvieran más recursos si sus ciudadanos aceptaran pagar más impuestos y no si, por cualquier motivo, su capacidad de presionar al gobierno central fuera superior. Tendría también que ser una federación simple, sin órganos duplicados y, en la medida de lo posible, sin competencias compartidas, porque el sistema actual hace que estemos siempre a la greña.

Tendría, además, que ser una federación estrictamente simétrica, porque cualquier asimetría crea privilegios para unos en perjuicio de otros y eso, al final, provoca malestar. Y es que el español moderno muestra una tolerancia muy baja de las desigualdades. Como vemos cada año cuando llega el mes de junio, a nuestros compatriotas no les gusta que la selectividad sea más fácil en unas regiones que en otras. Y, como estamos oyendo a menudo, consideran injusto que en unos sitios se pague un dineral por heredar, mientras que en otros salga casi gratis.

Más allá de los agobios de la actual coyuntura, los españoles tenemos que reflexionar sobre diferentes fórmulas

El estatuto especial sería lo que el lendakari Ibarretxe intentó que le aprobaran en 2005. Según esa fórmula, el País Vasco (el estado asociado) tendría todas las competencias excepto las ya transferidas por España a la Unión Europea, más la legislación de interés general, las relaciones internacionales, la defensa y pare usted de contar. Desaparecerían los mecanismos actuales de coerción (el artículo 155, por ejemplo) y todos los posibles desacuerdos entre el País Vasco y España los resolverían órganos paritarios. Además, el País Vasco podría romper en cualquier momento el pacto de asociación mediante un referéndum en el que bastaría obtener una mayoría simple de los votos emitidos.

España, con su actual Constitución y sus instituciones, continuaría existiendo. Los diputados vascos seguirían votando en el Congreso y podrían contribuir decisivamente a que gobernaran unos u otros. Gobernaran en el resto del país, claro, ya que dentro del País Vasco el gobierno central carecería prácticamente de competencias. Sería, pues, un ejemplo extremo de asimetría, en el que lo suyo sería solo suyo, mientras que lo de los demás sería de todos.

Una variante más equilibrada de esta misma idea sería la formación de una confederación. Es una idea que asusta a muchos, sobre todo porque en las definiciones tradicionales de confederación se enfatiza que los Estados miembros conservan su soberanía y pueden en cualquier momento poner fin a la unión. Sin embargo, en algunos modelos cuasiconfederales modernos puede limitarse o excluirse por completo el derecho de secesión. Porque, como hemos visto con el ‘brexit’, en nuestro mundo hiperconectado las separaciones no son nada fáciles. Bosnia-Herzegovina, por ejemplo, fue concebida como una unión perpetua de las entidades y los pueblos constituyentes, por lo que en su Constitución no existe ninguna fórmula que permita la separación de una de sus partes. Y la Carta Constitucional de Serbia-Montenegro, que sí reconocía el derecho de secesión, limitaba su ejercicio de varias formas, lo que excluía cualquier posibilidad de acción unilateral.

Fórmulas que podrían ayudarnos a superar las enquistadas tensiones

Vemos, pues, que hay al menos dos soluciones alternativas, a las que podríamos añadir las dos que siempre se han utilizado (con escaso éxito). La primera, sostenella y no enmendalla, seguir en la misma línea que hasta ahora e insistir en que solo falta darle un par de vueltas más al tornillo para que todo se arregle. La otra, quedarnos quietos sin hacer nada, aguantar el chaparrón y esperar a que escampe. Si es que escampa.

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