Subdirector de HERALDO DE ARAGÓN

La verdad oficial, la gran mentira

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La Prensa es y debe seguir siendo un contrapeso frente al poder político.
Aránzazu Peyrotau / HERALDO

No hay nada más revolucionario en una sociedad que un tipo con una libreta, un bolígrafo y una máquina fotográfica. Nada lo ha sustituido ni nada lo volteará. Por eso, cuando un reportero se juega la vida en México por un salario de subsistencia, ejerce una función que trasciende su heroico trabajo para extenderse como las raíces de una planta y regar con su sacrificio la libertad en uno y otro punto del planeta. Estos días ha sucedido en Estados Unidos, un país de gran tradición periodística, donde la investigación sin tintes partidistas es inherente desde hace décadas a su función. Tres de las principales cadenas televisivas cortaron la arenga estrafalaria de Trump, un mal perdedor, para corregir al presidente en directo. La profesión se ciñó a su papel para ofrecer una información veraz al servicio de los ciudadanos. El presidente del Gobierno de España, sin embargo, quiere interferir en el libre desarrollo profesional para instaurar un organismo interpuesto con el fin de combatir, supuestamente, campañas externas de desinformación que pueden esconder un anhelo para el control informativo desde el Ejecutivo.

A los gobernantes débiles siempre les ha molestado la prensa libre, robusta, independiente. La misma que ha provocado la dimisión de presidentes sin escrúpulos, la que ha alertado contra los abusos, la que ejerce de contrapoder, la que no tiene otro paraguas que el de la honestidad y la búsqueda de la verdad. La que debe criticar, por ejemplo, la maniobra para colar una ley de Educación que desprecia el castellano como lengua vehicular; la que le señala a él mismo como máximo responsable de la gestión deficiente del coronavirus. Hay estrategias que el mero pudor debería frenar.

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