Por
  • Andrés García Inda

El valor del mérito

La educación no debe renunciar al mérito y al esfuerzo.
La educación no debe renunciar al mérito y al esfuerzo.
Krisis'20

Hace unas semanas supimos que el Congreso había convalidado el Real Decreto Ley 31/2020, obra de la ministra Celaá y su equipo, en el que se recoge la posibilidad de que los alumnos de ESO y Bachillerato puedan titular sin límite de suspensos. Cuando se conoció la propuesta, esta despertó sorpresa y estupefacción en buena parte del ámbito educativo (y del no educativo). No solo por el efecto que pueda tener en la propia dinámica del aprendizaje y la vida escolar (si se puede titular sin aprobar, para qué esforzarse en aprobar…), sino por la pérdida de sentido del propio título, cuya finalidad es acreditar la adquisición de conocimientos y habilidades que al parecer ya da igual si se tienen o no. Lo que es tanto como certificar la salud de quien está enfermo o la enfermedad de quien está sano, que no es sino una forma de corrupción, por más que se haga pasar como una nimiedad burocrática. Convertido en un billete de monopoly, el título acabará perdiendo su valor, lo que perjudicará más a quienes carecen de poder para adquirir algo más que eso: un papel cada vez más precario y devaluado en la vida real.

Se dirá, con razón, que la medida propuesta es un recurso excepcional para responder a las circunstancias de la pandemia. Pero recuerden que antes de que la covid-19 irrumpiera en nuestras vidas, hace un par de años, la misma ministra ya propuso que los estudiantes de Bachillerato pudieran titular con algún suspenso -para evitarles problemas de autoestima, dijo entonces-. Y cabe pensar que, lejos de solucionar la urgencia educativa, lo que hace el Decreto es despejar el balón a cualquier parte. La idea de titular sin aprobar es un ejemplo más de esa obsesión performativa que se empeña en cambiar la realidad simplemente cambiando las palabras que la nombran, convirtiendo el nuestro en un mundo de artificios. Ahora que las circunstancias nos obligan a ventilar constantemente, sabemos que una ventana pintada en la pared no resuelve el problema, pero nosotros seguimos empeñados en sortear las dificultades a base de trampantojos.

Por otro lado, la medida de Celaá está en consonancia con un cierto ‘revival’ de la crítica a la idea de mérito como regla moral y política (una crítica defendida en ocasiones, curiosamente, por quienes luego se esconden detrás de los ‘científicos’ o los ‘expertos de prestigio’ para enmascarar su incompetencia o esquivar sus responsabilidades). En un libro reciente -interesante desde el punto de vista del diagnóstico aunque algo menos del de las propuestas-, el filósofo y Premio Princesa de Asturias Michael Sandel hace una aguda crítica de la meritocracia por las actitudes que esta genera ante el éxito y el fracaso. La meritocracia -dice Sandel- «tiende a generar soberbia y ansiedad entre los ganadores y humillación y resentimiento entre los perdedores, actitudes discordantes con el florecimiento humano y corrosivas para el bien común». Y es verdad: hay una tiranía y una soberbia del mérito, que olvida que buena parte del esfuerzo y el talento del que nos hacemos acreedores en realidad es un regalo que no depende solo de nosotros (aunque también depende de nosotros). Pero también hay una tiranía y una soberbia de los derechos -podríamos decirle- que olvida que estos son igualmente un don y una conquista colectiva que exige ser cuidadosamente trabajada, para lo que se requiere de nuestras virtudes y capacidades. La propia idea de dignidad exige la necesidad de trabajar para hacernos dignos. Deshacernos del criterio del mérito no elimina el resentimiento o la soberbia; solo lo desplaza, porque la desigualdad y la buena o mala suerte no van a abandonarnos nunca.

Una sociedad en la que el único criterio de reconocimiento es el ‘porque yo lo valgo’, que no cultiva virtudes como el esfuerzo o la generosidad, que no premia el conocimiento y la competencia o que no aspira a la excelencia, es una sociedad sin futuro. O dicho con palabras de Sandel: no propicia el florecimiento humano y el bien común. ¿No decimos a menudo que la suerte, la inspiración y el éxito solo van a encontrarnos trabajando? Puede que la idea de mérito sea imperfecta (como toda construcción humana, al fin y al cabo) pero no podemos prescindir de ella. Quizás una buena síntesis para entenderla es la que hace el escritor madrileño Ignacio Peyró cuando dice que «una forma tan oblicua como efectiva de la humildad es trabajar para conseguir las cosas por mérito y conseguirlas por suerte». Pues eso.

Andrés García Inda es profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad de Zaragoza

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión