Director de HERALDO DE ARAGÓN

¿El fin del trumpismo?

¿Supondría la derrota de Trump el final del trumpismo?
¿Supondría la derrota de Trump el final del trumpismo?
POL

Puede resultar lejano, incluso un tópico ajeno a nuestra cotidianidad nacional trastocada por la pandemia, pero las elecciones presidenciales de Estados Unidos que se celebran este «primer martes después del primer lunes de noviembre» cuentan con la capacidad para reactivar el bloqueado orden internacional. Un interés que en España -según la encuesta del instituto DYM para HENNEO- alcanza al 70 por ciento de la población y que más allá de quién gana o quién pierde -el 50 por ciento de los españoles optaría por Joe Biden y un 12 por ciento por Trump- fija una oportunidad para superar un deterioro social, político y económico que como peor conclusión de una etapa nos sitúa frente a la covid-19. Toda una metáfora que descubre a un negacionista en la Casa Blanca, dispuesto a ignorar las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) mientras construye su campaña para la reelección dirigiendo sus ataques contra un «virus chino».

La posible derrota del republicano Trump en los comicios del próximo martes puede ser el principio del fin de la corriente populista que ha recorrido las democracias occidentales. Un efecto dominó que suprimiría el amparo que concede el presidente de la primera democracia del mundo. Trump se ha convertido en referencia de aquellos que consideran la actuación institucional como una incomodidad y en exponente del más amargo populismo nacido de la descomposición política. Fue un viento mundial de frivolidad e incredulidad el que sentó al actual presidente en el Despacho Oval. Su mandato ha confirmado que aún permanecían vivos los extremismos y que poseían agilidad suficiente como para seducir a aquellos que dudan de los requisitos democráticos. Una regresión que en absoluto es patrimonio de Estados Unidos y cuya superación requiere de una imprescindible autocrítica acompañada de una reconstrucción política. Porque el trumpismo es una mezcla de soberbia y descreimiento, de saturación y cansancio que se presenta con una elevada capacidad de contagio y adaptación al entorno. Poco importa lo asentada que se encuentre una democracia, lo fuerte que sean sus instituciones o la firmeza de sus derechos y libertades cuando una ola de desprecio conecta con un votante agotado.

La realidad de la pandemia, reflejo de un mundo globalizado sin resortes colaborativos entre las naciones, ha confirmado las dificultades añadidas que la falta de liderazgo de la Casa Blanca está generando en la erradicación de la enfermedad, pero también ha constatado que los populismos no aportan consuelo alguno frente a la desgracia. El trumpismo, en cualquier caso, no tiene marcha atrás y sus efectos nos acompañarán en los próximos años. Trump ha convertido la pandemia en un problema que, más allá de sus efectos inevitables, ha servido para elevar la quiebra social. Como explicaba el pasado viernes Bob Woodward, ganador de dos premios Pulitzer, Estados Unidos «necesita la calma de Biden y no la rabia de Trump», una reflexión en forma de libro (‘Rabia’) a la que el periodista llegó tras escuchar al presidente decir que «provoco rabia, no sé si es un activo o un riesgo, pero es lo que hago».

Estas presidenciales no son unas elecciones al uso, otro enfrentamiento entre republicanos y demócratas, más bien representan la posibilidad del primer freno a los populismos, el empeño por la recuperación de un espíritu cívico con fuerza suficiente como para frenar solidariamente la pandemia desde la exigencia democrática a los gobiernos.

miturbe@heraldo.es

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