Por
  • Julio José Ordovás

Células asesinas

Julián Pardo y Alberto Jiménez Schuhmacher, del IIS Aragón, que lideran las primeras investigaciones contra el cáncer infantil de la historia de Aragón confinanciación de Aspanoa.
Julián Pardo y Alberto Jiménez Schuhmacher, del IIS Aragón, que lideran las primeras investigaciones contra el cáncer infantil de la historia de Aragón confinanciación de Aspanoa.
Aspanoa

Julián Pardo, que empezó jugando en el cuarto de baño con el Quimicefa, es hoy uno de los investigadores más eminentes de nuestra comunidad científica. Estudió en Santo Domingo de Silos y se graduó en futbolines y billares por la Universidad Callejera de Las Fuentes, de la que pasó a la Universidad de Zaragoza, donde se doctoró en Inmunología. Investigador del IISA y del Instituto de Nanociencia de Aragón y especialista en células asesinas (título perfecto para una banda punk, aunque él siempre ha sido más de Metallica que de los Pistols), pelea ahora contra la covid-19. Si le pregunto cómo va la cosa, él me responde con un lacónico "va" que deja poco lugar a la esperanza. Claro que infundir esperanza es tarea de sacerdotes y de políticos, no de científicos ni de sanitarios.

Quizá porque se pueden contar con los dedos de una mano las novelas españolas protagonizadas por científicos, cuando me lo imagino en el laboratorio, con sus ratones, me acuerdo del comienzo de ‘Tiempo de silencio’ y del retrato del hombre de la barba que libró al pueblo ibero de su inferioridad nativa ante la ciencia. Como Ramón y Cajal en Ayerbe, Julián vivió mil y una aventuras infantiles en Almonacid de la Cuba, el pueblo de sus padres, donde pasaba los veranos persiguiendo ranas para autopsiarlas y buscando hierbas mágicas, fósiles y minerales como un aprendiz de druida.

Julián sabe bien que Martín-Santos no exageraba cuando denunciaba en su novela la ridícula inversión económica de los sucesivos gobiernos iberos en I+D. Ha tenido que venir el lobo, disfrazado de virus, para que el ministro del ramo se dé cuenta de que una investigación bien vale un ratón.

En una foto que aún debe de colgar, si no se la han comido las arañas, de la pared del dormitorio de la casa de mi abuela Josefina, se nos ve a Julián y a mí muy serios y muy formales, como una versión ochentera de Zipi y Zape. Julián vestido de marrón claro y yo de azul marino. Él todavía conserva su flequillo revoltoso, pero del mío ya no queda ni rastro.

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