Por
  • Cristina Sola Martínez

Los ‘nadies’ cada vez son más

Las filas de quienes piden ayuda son cada vez más largas, aunque no se vean.
Las filas de quienes piden ayuda son cada vez más largas, aunque no se vean.
HERALDO

Ya no quedan palabras para expresar lo que siento, lo que sentimos desde el trabajo social y, me atrevería a decir, desde buena parte de la ciudadanía.

Casi nos han vencido, por agotamiento, no porque tengan razón. Llevamos meses de pandemia, de esta rara y nueva realidad que nos confronta y nos evalúa como sociedad en lo colectivo y en lo personal. Pienso, y lo digo con sinceridad, que a nivel individual - salvo excepciones- estamos siendo aplicados. Pese a discursos sociales y ataques continuos o intermitentes -va por modas- a algunos colectivos; la culpa de los adolescentes que salen, la culpa de trabajadores y trabajadoras temporales que vienen, la culpa de los bares que dan de beber, la culpa de los ocupas que se cobijan…, en general la ciudadanía pese al desconcierto está cumpliendo.

Pero las Administraciones es otra historia, otro cantar. Y los servicios sociales, esa puerta de entrada o al menos de no salida, esa última red que debe sostener este modelo social que propugna nuestra Constitución, una quimera.

Pese a comunicados, cartas de profesionales, quejas al Justicia, artículos de prensa, los servicios sociales en Zaragoza siguen cerrados o inaccesibles a su población diana, que viene a ser lo mismo. Mantienen como única puerta de entrada una línea 900 y si no tienes saldo pues te aguantas, si es urgente también te aguantas -o vas al Banco de Alimentos que te darán arroz-, si te da vergüenza contar tus miserias por teléfono, te vuelves a aguantar. Si eres dependiente te buscas la vida, si vives solo o sola lo mismo. Si no puedes pagar el alquiler ídem, si te desahucian pues a la calle -mejor busca una oscura que no te vean, no te vengas a la plaza del Pilar-. Y si quieres solicitar protección internacional, casi ni lo intentes… que de las personas refugiadas ya nos hemos olvidado.

Y suma y sigue, las citas para el Registro Civil, en la reventa, coger una cita en Extranjería es una lotería, la vivienda social, inexistente, la dependencia, en su limbo, el ingreso aragonés de inserción, eliminado, las oficinas de la seguridad social, cuasi cerradas, con sus solicitudes telemáticas -invito a cualquiera a entrar en su aplicación y valorar- y no se sabe cuándo solucionarán lo del ingreso mínimo vital por procedimiento administrativo, uno detrás de otro, ya comerán cuando llegue.

Y sí se puede, porque ahí está el modelo educativo, atendiendo y asumiendo su responsabilidad. Ahí están las residencias y los centros de día, servicios de personas mayores y discapacidad, con sustos a diario y con críticas, pero en el tajo, atendiendo y cuidando. Y se pone el acento en quien asume y hace, y se equivoca y acierta. Ya aventuro que en la red de centros municipales de servicios sociales no habrá brotes, porque vía línea 900 va a ser difícil. Y las oficinas de casi todas las Administraciones, ídem, muy seguras, demasiado. 

Y mientras, las filas son más largas que nunca, pero invisibles en esta nueva y muy deficiente realidad virtual en la que vivimos y que se ha convertido en el único modo de relación con la Administración. Antes al menos las fotos de decenas de personas haciendo fila durante la madrugada hacían sacar los colores a algún responsable, ahora ni eso nos queda.

Y de cuando en cuando nos llegan noticias dramáticas, como el caso de Elvira, que literalmente muere de pobreza. ¿Saldrán las Elviras en las estadísticas?, ¿se sumarán sus llamadas y las puertas cerradas? ¿Se anotarán las veces que escuchan «esto no es mi competencia»? Porque esto también va de salvar vidas. Me da vergüenza en lo personal y en lo colectivo. Siento vergüenza social.

Dan ganas de bajarse del carro, pero no lo haré, no lo haremos. El trabajo social es una profesión que siempre ha estado, está y estará con y para la gente. Y si hay que gritar, gritaremos hasta que nos oigan, hasta que los oigan, hasta que nos vean, hasta que los vean.

Cristina Sola Martínez es presidenta del Colegio de Trabajo Social de Aragón

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