Por
  • José Luis Moreu Ballonga

De Tarradellas a Torra

Torra, Puigdemont y Mas en Perpignan
Torra, Puigdemont y Mas en Perpignan
EFE

Fue muy elogiado Josep Tarradellas, que fuera con otros fundador de Ezquerra Republicana de Cataluña y militante del partido casi toda su vida, a su regreso de su exilio en Francia. Elogiado por su sentido de Estado y su sintonía con Adolfo Suárez, al aceptar presidir la Generalitat de la nueva autonomía catalana que el Estado impulsó desde septiembre de 1977. Insisto en ello tras hallar un texto de síntesis de las ideas del gran político catalán. Está en un prólogo de mayo de 1982 al libro de su amigo y jurista Constantino Álvarez titulado ‘El Estado integral de las autonomías según la Constitución de la II República’.

Tarradellas escribe, entre otras cosas, que los españoles tenemos en general una idea limitada de nuestra historia y que sentimos sonrojo y frustración por "nuestras endémicas guerras civiles". Explica que hablar de las autonomías es hablar de una de las cuestiones más esenciales de la historia española y del concepto mismo de España. Según él, cualquier política autonómica que se quiera realizar, si no parte de la unidad política de España, "está condenada al fracaso". Y continúa: "Conocemos las causas: cantonalismo, desunión, descomposición". Afirma que el problema "hunde sus raíces en la misma formación de España", por lo que sería un "trágico error" enfocarlo solo como una "simple cuestión de orden público". Califica la regulación de la Constitución de 1931 como "una de las tentativas más inteligentes que se han llevado a cabo en España para resolver el gran problema de su equilibrio interno". La ventaja del "Estado integral" la ve en que no intenta dar a todas las autonomías las mismas funciones, sino que estas podrían "dosificarse, según necesidades, capacidades y características". Añade que el logro del autogobierno necesariamente tenía "un precio", que era la solidaridad real entre españoles para buscar una "nivelación económica de todas las regiones españolas", lo que veía como condición ‘sine qua non’ para el Estado autonómico. Y finalizaba el prólogo deseando que el libro fuera útil a "nuestro futuro común".

El texto, que podría suscribirse por muchos de los mejores intelectuales e historiadores liberales o socialistas españoles del siglo XX y del actual, con su gran claridad, ilumina lo patológico de la actual política nacionalista y el enorme bajón de categoría intelectual y moral de todos los presidentes de la Generalitat que han sucedido al autor. Es cosa sabida la mala sintonía entre Tarradellas y Jordi Pujol, de quien ya el primero intuyó pronto su tendencia al nepotismo y su soberbia y baja catadura moral. Y desde que en el otoño del 2012 el nacionalismo catalán, liderado por Artur Mas, se echó al monte del independentismo por las bravas, la imagen de cada presidente, al menos para los españoles sensatos, ha sido cada vez peor, afectando ello sin remedio a la imagen de Cataluña y hasta a la de España.

Con la extraña pareja Puigdemont-Torra hemos tocado fondo, por ahora, en la degradación política en Cataluña. Ambos parecen considerarse como líderes heroicos y libertadores por sus seguidores, debido a un intenso lavado de cerebro al que los han sometido durante décadas en las escuelas catalanas y bajo los medios de comunicación sumisos al independentismo, en clara vulneración, por cierto, del pluralismo, que exigen a profesores y periodistas la necesidad de decencia profesional y los artículos 27-2º y 8º y 20-3º de la Constitución.

Mal puede ser un mediano gestor, ni de la pandemia ni de nada, Torra, de profesión agitador, y líder siempre enfurruñado y nada sonriente de la ‘revolución de las sonrisas’. Le vimos contento y excitado hace un año cuando, en protesta por una lógica sentencia penal del Tribunal Supremo, grupos de energúmenos destrozaban y quemaban mobiliario urbano y atacaban como guerrilla urbana a la Policía y a los viandantes. No condenó sino que azuzó esos actos fascistas. Y ha pretendido convencer a los españoles, a Europa y al mundo de que el Estado español es autoritario y fascista por negar el inexistente derecho de autodeterminación. Misión ciclópea e imposible para Torra, el expresidente vicario y fanático. Ni como agitador, que es lo suyo, pudo hacer gran cosa. Solo aspavientos, amenazas y grandilocuencia.

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