Por
  • Ángel Gracia

Crispados

Manifestación en Madrid.
Manifestación en Madrid.
Jesús Hellín / Europa Press

Qué dice ese señor?", me pregunta mi hijo (de cuatro años) cuando un individuo sentado en una terraza, con la mascarilla bajada, insulta al presidente, elegido en las urnas, de ese país que tanto parece amar, a juzgar por las banderitas que porta en su ropa. ¿Cómo le explico al niño que ese patriota no respeta al máximo dirigente de su patria? Otro hombre sale encolerizado de unos grandes almacenes donde le impiden el acceso porque se niega a subirse esa mascarilla que, ahora sí, se coloca sobre la nariz. "¿Por qué grita ese señor, papá?". En el autobús, le pido por favor a un caballero que se ponga la mascarilla que lleva en la mano. Me pregunta con gruesa ironía si acaso soy inspector y me lanza exabruptos ininteligibles. "¿Por qué te grita ese señor, papá?".

Los crispados se han apoderado de la calle. Critican al Gobierno con furia, acaloradamente, para que todos oigamos su valiosa opinión y sepamos que ellos no los han votado. Son científicos y politólogos de barra de bar, las autoridades sanitarias no tienen ni idea. Se ponen (o no) la mascarilla porque son gente de orden. Ellos, que aman tanto a España, ¿por qué no actúan por el bien común en un momento tan crítico? Ellos, que son tan monárquicos, ¿por qué no siguen la petición del Rey para llegar al entendimiento y la concordia? Ellos, que valoran la ejemplaridad, ¿por qué no les preocupa el pésimo modelo de ciudadano que dan a sus hijos? Porque no aman al prójimo como a sí mismos y son felices en la crispación.

Ángel Gracia es poeta y narrador

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