Por
  • Isabel Soria

La Virgen del Pilar

Opinión
'La Virgen del Pilar'
Guillermo Mestre

Hacia el año 14 a. C. unas legiones romanas habían fundado en una prometedora tierra a orillas del Ebro una floreciente colonia: Cesaraugusta. Pronto comenzarían a levantar murallas, los edificios administrativos y el foro sobre las ruinas de la ciudad ibera, Salduie, patria de los bravos sedetanos. Los romanos planificarían la ciudad en retícula como era su costumbre, con dos vías perpendiculares entre sí, el cardo y el decumano. Y tan sólo cincuenta años después tuvo lugar un hecho que marcó la historia de Zaragoza y sus gentes para siempre.

Era el 40 d. C. corrían los tiempos de Calígula. Santiago, uno de los doce apóstoles de Jesucristo, había llegado a aquella joven y dinámica ciudad. A pesar de que estaba a muchos kilómetros de Jerusalén, la Virgen llegó hasta Cesaraugusta en carne mortal, pues quería hablar al apóstol y a sus seguidores. Y como había llegado de tan lejos, estaría cansada y por no ponerse a buscar más, decidió subirse a un Pilar para poder ser vista por Santiago y los suyos. Y así fue. Y por eso se llamó la Virgen del Pilar. La Virgen les habló y les dejó una importante encomienda: que construyeran un templo en su honor. Y ese templo, en principio modesto, fue cambiando y pasando por muchas etapas y estilos hasta alcanzar su diseño actual.

Desde que se presentara a Santiago, la Virgen del Pilar ha sido la gran protectora de los zaragozanos y aragoneses. Hoy, la Virgen del Pilar, seas creyente o no, es todo un emblema de la ciudad, a más de su mejor embajadora, y dos mil años después la devoción continúa.

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