El alcalde y su bisnieto

Fachada del Ayuntamiento de Zaragoza
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Zaragoza mantiene vivo el recuerdo de Santiago Dulong con una calle en el barrio de la Almozara. Dulong fue alcalde de la ciudad durante la I República, entre febrero de 1873 y enero de 1874, y tras la Restauración fue concejal y jefe del Partido Republicano Progresista. Murió «muy pobre» a los 60 años, en 1891, y su entierro fue uno de los más multitudinarios que se recuerdan en la ciudad dado el enorme cariño que le profesaba el pueblo zaragozano. Una anécdota que relata don Juan Moneva en sus memorias lo retrata muy bien. Tras el golpe de estado del general Pavía en enero de 1874, Dulong, «abogado, menudo de estatura, pobre de fortuna y muy enérgico de carácter», fue encarcelado. A la cárcel fue a visitarlo el entonces arzobispo de Zaragoza fray Manuel García Gil, el mejor de los que tuvo la ciudad en el siglo XIX, a decir de Moneva, que de clérigos y prelados entendía lo suyo. García Gil era un hombre «sencillo y austero», a quien, después de que regalara por dos ocasiones a los más necesitados la cama en la que dormía, por lo que había terminado acostándose «sobre un jergón en el suelo», la intendencia del Ejército hubo de llevarle una cama de soldado y obligarle a firmar un recibí para que comprendiera que, al ser un bien del Estado y no suyo, no podía desprenderse de ella. García Gil, como decíamos, visitó a Dulong en presidio y le aseguró que cuidaría de su familia. Así lo hizo durante el tiempo que estuvo detenido y, además, entregó para los demás presos republicanos la suma de seis mil reales. Era entonces todo lo que tenía, escribió Moneva. Cuando García Gil murió en Zaragoza, siendo ya cardenal, en abril de 1881, un republicano vestido de frac, con la banda de regidor de la ciudad y el sombrero de copa en la mano, se mantuvo todo el día «rígido e inmóvil» detrás del féretro: era Santiago Dulong, que al ser preguntado por el deán, «sorprendido, pero respetuoso», sobre qué hacía allí un republicano como él, le contestó: «Ser agradecido». No se separó del cadáver de García Gil hasta que fue enterrado y sólo entonces, «con su invariable semblante, habitualmente fiero» y envuelto en lágrimas, aceptó retirarse.

Más de cien años después, el 13 de febrero de 1995, entraba en la cárcel de Torrero el escritor Félix Romeo para cumplir condena por delito de insumisión al servicio militar. Años más tarde se lamentaría de su decisión de no haber querido hacer la prestación social sustitutoria y de aceptar ir a la cárcel defendiendo una opción política por caminos equivocados. «Mi insumisión estaba inspirada por el pensamiento liberal/libertario de Thomas Szasz. Yo era el único insumiso en abrazar el antimilitarismo por esa vertiente», escribiría. La cosa es que al día siguiente, Día de San Valentín, Romeo fue conducido a la celda 33 del módulo 2, que compartiría en lo sucesivo con otros dos reclusos: un joven condenado por introducir en España medio kilo de cocaína que una colombiana de la que andaba enamoriscado le había introducido en un paquete sin él saberlo, y un hombre ya mayor (había nacido en 1928) que había estrangulado a su mujer. Era éste devoto de la Virgen del Pilar y tenía una estampa de ella en su mesa. Félix Romeo contaba que aquel hombre acercó sus dos manos a su cuello (las detuvo a menos de un centímetro) y le explicó cómo había llevado a cabo el parricidio en diciembre del año anterior. A su mujer, Mª Isabel Montesinos, que era alcohólica, la había conocido en 1988 en un club de alterne de los alrededores de la plaza de Huesca, y se había casado con ella en 1990. La convivencia se hizo imposible y un día la mató en una pelea. El 19 de junio de 1995 la Audiencia Provincial de Zaragoza condenó a aquel hombre, aunque parezca increíble, «a las penas de treinta días de arresto menor por la falta de malos tratos de obra y un año de prisión menor por el delito de imprudencia temeraria».

A su estancia en la cárcel y a aquel parricidio (del que informaron en este periódico Ramón J. Campo y Marta Garú) les dedicó Félix Romeo un libro excepcional, ‘Noche de los enamorados’, que se publicó, muerto ya su autor, en febrero de 2012. Y en otra de sus novelas, ‘Discothèque’, aquel estrangulador aparecía ya convertido en un camionero que confesaba su crimen a la protagonista. El hombre que estranguló a su esposa se llamaba también Santiago Dulong y era bisnieto de nuestro alcalde republicano. Meses antes de cumplirse un año del crimen estaba en libertad y murió el 14 de abril de 2000. A su bisabuelo, al menos, le hubiera complacido la fecha.

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