Negacionista cívico

Reunión en Moncloa entre Casado y Sánchez
Casado y Sánchez.
Efe

En un artículo reciente, Antonio Muñoz Molina denuncia con desazón que la política nacional está intoxicando la gestión de la pandemia y, en general, el devenir del país. Esta opinión, que coincide, entre otras muchas voces críticas, con lo que acaba de decir sobre España la revista ‘The Economist’, me parece irrebatible. Ahora bien, creo que se suele trazar una frontera demasiado rotunda entre el comportamiento de la clase política y el del resto de la sociedad.

El ventajismo, la desidia y la insolidaridad, lo mismo que la entrega desinteresada y el heroísmo, calan todo el tejido social. Incluso en las profesiones más merecidamente aplaudidas por la ciudadanía, no son excepción las personas que rehúyen sus obligaciones, excusándose en la falta de medios, o en lo mal que lo hacen los políticos, mientras otras, con más razones para quejarse, se esfuerzan y se arriesgan por encima de lo que impone su deber tasado. Así de paradójica se muestra la naturaleza humana. Es probable que a las primeras las condicione más la debilidad que la desfachatez, y que a las segundas, más que sus convicciones morales, las mueva un impulso espontáneo.

Con todo, pese a las verdades que denuncian Muñoz Molina y ‘The Economist’, y pese a la toxicidad de la que tantas evidencias ofrece la sociedad, yo me empeño en ser un ‘negacionista’ cívico. Sigo confiando en la inmensa mayoría de mis compatriotas, incluida la clase política. Respecto a esta, pienso que quienes legislan y gobiernan acabarán dando la talla, siquiera para no tener que tocar un fondo muy hondo, del que cueste generaciones salir.

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