El espíritu del Pilar

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Detalle de la Virgen, en su camarín de la basílica del Pilar.
José Miguel Marco

Es tan inhóspito como pasar las navidades fuera de casa; tan duro como decirle a un niño que no comparta sus juguetes con sus amigos; tan gris como un día de aguacero en Viernes Santo... No habrá fiestas ni ‘no fiestas’ del Pilar, en una decisión dolorosa y también inevitable de las autoridades. 

Es un golpe muy duro para la vida de la ciudad, que se traducirá en pérdidas económicas, en incertidumbre, en sufrimiento. Y habrá también un coste que no puede medirse porque es intangible: las fiestas del Pilar son un corte en la rutina, un paréntesis que transforma Zaragoza en un inmenso paseo festivo, que alarga el verano hasta despedirlo por todo lo alto. No habrá confetis, globos, jotas, feria de artesanía, mercadillos, barras humeantes al aire libre, sempiternos acordes del cóndor pasa. 

Pero seguramente suceda que este Pilar sin fiestas sea el que con más intensidad celebremos la festividad de la Virgen. 

La pandemia ha vuelto las cosas del revés, parece que ha movido de sitio lo que creíamos inamovible... O no, en lo más profundo. Cada año, la Ofrenda simboliza la capacidad de Zaragoza y de Aragón para unirse, en una combinación admirable de civismo y corazón, en torno al símbolo más querido. Este año pondremos esta fortaleza en hacer el camino al Pilar de un modo diferente: virtual e igual de intenso. Poniendo las flores en el balcón, o llevándolas, ordenadamente y con la distancia de seguridad, a la iglesia del barrio o del pueblo, como dice Rubén Cebollero, presidente de los Floristas de Aragón. No habrá fiestas, pero será el Pilar. Vivirlo sin fiestas, con las víctimas del virus en el recuerdo, es la mejor ofrenda posible este 12 de octubre.

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