Cuidar al público, más que nunca

El director general del Teatro Real, Ignacio García-Belenguer Laita, y el presidente, Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, durante su comparecencia tras la suspensión de una función.
El director general del Teatro Real, Ignacio García-Belenguer Laita, y el presidente, Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, comparecieron tras la suspensión de una función.
Marta Fernández Jara/Europa Presss

El rito de la música popular suele ser movimiento, sudor, nervio, fronteras difusas con el prójimo; algo alejadísimo de esa vivencia actual tan aseadita, tan aséptica, de asistir a un concierto siempre sujeto a la silla, solo o junto únicamente a la pareja o alguna amistad, manteniendo las distancias. Pero esto es lo que hay ahora mismo, lo poco que hay, y es bueno apreciarlo porque no sabemos cuánto tiempo seguiremos así y no son muchos los que se aventuran a seguir programando con las trabas administrativas del momento. Las contadas experiencias de los últimos meses en Aragón (desde hoy en Mozota, la recta final del ciclo ‘El bosque sonoro’) tienen bastante de heroicas, son excepciones en un páramo cultural.

En la clásica y la lírica, las cosas en días de pandemia resultan igualmente difíciles para orquestas, intérpretes, empresarios, gestores. Aunque no tanto para su público: aparte del incordio de someterse a las medidas de control sanitario en los accesos y del uso de la mascarilla durante los recitales, apenas experimentará novedades sensoriales respecto a los tiempos precovid; nada debiera alejarle de los auditorios. Por eso es imperdonable lo del otro día en el Teatro Real, ese evitable y evidente apelotonamiento en el gallinero que hacía imposible eludir la comparación con el patio de butacas, mucho más esponjado, y que tanto daño puede hacer, más allá del mal rato vivido por quienes estaban ese día ‘en las alturas’, por todos los que se quedaron sin función y por los artistas.

Los que se dedican a programar música y otros espectáculos, en general actividades culturales, saben que una de las tareas más complejas y menos atendidas en España es la creación y mantenimiento de los públicos. Se atraen con mucho esfuerzo, se pierden muy fácilmente. La educación (y, por tanto, la Administración pública) es clave en su promoción. Y, como mínimo, no hay que espantarlos. Menos en un lugar de todos como el Real y menos ahora, cuando tanto está en riesgo.

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