Recosidos

Opinión
'Recosidos'
Heraldo

Dice el refrán que "no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista". En las circunstancias en las que estamos, con el bicho de Wuhan pululando por doquier, cabría añadir ‘ni sociedad que lo soporte y economía que no fracase’. Y con ese pronóstico en mente, cabe recordar a Melibea cuando contestó a Celestina: "Hablas de la feria según te va en ella". Frase que remató diciendo, "así que otra canción dirán los ricos". Siempre hay otra mirada. Y en tiempos de tribulación, más. Recurriendo a la misma ‘Tragicomedia’, Pármeno recordaba a Calisto aquello de en "río vuelto, ganancia de pescadores". Cosa que también cabe mentar aquí y ahora. Pues son muchas las empresas y negocios en crisis, muchas las organizaciones y las familias que se enfrentan al desastre. Porque a este problema de salud pública, la gestión política de la pandemia está sumando más dificultades de las que trae el propio virus. Sin embargo, también es el gran negocio para otros.

En la batalla contra el SARS-CoV-2, más de uno lo cuenta como si fuera una guerra. Y si de guerras hablamos, aflora la lógica oscura de lo humano. Bertolt Brecht se lo hizo decir a su personaje Anna Fierling: "Lo que es la guerra, no está resultando mala. Hasta que se hayan metido todos los países, puede durar sus buenos cuatro o cinco años. Con un poco de visión y nada de imprudencia hago mis buenos negocios". Y esta pandemia, al igual que esa guerra que criticó Brecht, también tiene su "¡hermosa fuente de ingresos!". Sarcásticamente puso en boca de Madre Coraje: "Decid lo que queráis: para mí no hay como la guerra. Dicen que extermina a los débiles; pero esos también perecen en la paz. Y en cambio la guerra da mejor pan a su gente". Usted que está leyendo estas líneas, haga su adaptación y piense en su entorno.

A cuenta de la covid-19, un Gobierno obsesionado con mantenerse en el poder nos está llevando a donde quiere.

Con el noble propósito de vencer a la enfermedad, nos estamos dejando llevar como corderos, sumisos y acobardados. Mientras tanto, la industria farmacéutica y su ciencia se nos ofrecen como unicornio que salvará de la debacle. Nos toca despertar y comprobar quiénes salen victoriosos en este mercado de esta economía pandémica. Y viceversa, también tenemos que contrastar dónde están los derrotados, quiénes se van quedando en la cuneta. Así las cosas, la pregunta es qué sociedad estamos alimentando.

De momento, somos campeones de Europa dictando normas e imposiciones estrictas y con datos epidemiológicos desatados. El presidente ‘pedro sanchez’, en este contexto de dificultad y confusión, aprovecha como pocos la oportunidad que tiene de mantenerse en el poder. No ha tenido ningún problema en polarizar la arena política de nuestra democracia, en irse de vacaciones y dejar a esta España nuestra al pairo. Reclama ‘unidad’ y siembra discordia. Pide altura de miras y se dedica a claudicar moral y éticamente con unos pactos que huelen a podrido. Aquí más que a los ricos hay que leer la cartilla al Gobierno central, a sus apesebrados y a la recua de políticos profesionales que están viviendo de los impuestos que nos confiscan cada vez con más descaro. Pero quizá sea esto una exageración, quizá sea solo una parte del escenario y un juicio apresurado e injusto. Quizá.

Necesitaremos años para tomar distancia y explicar mejor lo que estamos viviendo. Ahora, dentro del torbellino, es difícil tener la perspectiva necesaria para saber y responder adecuadamente. Aquí se echa de menos el talante y la gestión de Angela Merkel. Incluso produce envidia la postura de Macron que, pese a las críticas y al riesgo, se niega a imponer medidas demasiado restrictivas y apuesta por "vivir con el virus". En su caso, está "convencido de que debemos dejar vivir a la gente, mientras protegemos a los frágiles".

Tendrá que pasar tiempo para que podamos evaluar con certeza las situaciones que estamos viviendo durante la pandemia.

Tenemos mucho que aprender, mejor desde la calma y no desde la obsesión. Con cuidado, sin caer en la histeria que conduce a normas estúpidas. Con mascarillas cuando son necesarias, pero no a todas horas ni en todas partes. Con pruebas para identificar la enfermedad, pero sin saturar el sistema, manteniendo la distancia y la prudencia… Hemos descubierto que nuestro mundo tiene los pies de barro. Nos toca recoser los rotos y vivir. 

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