Por
  • Carmen Magallón

Generación

Joaquín Carbonell
Joaquín Carbonell.
Luis Melendo

Al igual que el poeta cuando escribió: ‘Que la vida iba en serio, uno lo empieza a descubrir más tarde’, es más tarde cuando descubres que perteneces a una generación. Un día, cuando en la debacle producida por la pandemia te enfrentas a la desaparición de alguien que fue importante en tu adolescencia, un compañero de pupitre al que, aún de tarde en tarde, sigues viendo, el hueco de su ausencia te recuerda y reafirma que perteneciste a una generación. Y que siempre pertenecerás.

Un enorme deseo de aprender, la pasión por la cultura y sobre todo grandes anhelos de libertad.

Hace apenas una semana nos dejó Joaquín Carbonell, compañero de curso y de teatro en el bachillerato. Y en breve, se cumplirán diez años del adiós definitivo de Labordeta. Ambos fueron importantes para la generación de alumnos y profesores de aquel instituto de Teruel de los 60 que acogió a la llamada ‘generación Paulina’. Mi generación. A la que pertenecieron Pedro Luengo, Maribel Torrecilla, Cesáreo Hernández, Consuelo Orias, Pilar Navarrete… Y los más conocidos: Federico J. Losantos, Manuel Pizarro, Jaime Caruana. Muchas claves conformaron esas primeras huellas de identidad generacional: un enorme deseo de aprender, la pasión por la cultura (el teatro, la poesía, las canciones de autor…) y sobre todo grandes anhelos de libertad. La trayectoria vital de cada cual dio lugar a personas de dispares ideologías. Pero aquellos años nos siguen uniendo. Entre los proyectos que Joaquín deja en suspenso, está el escribir las memorias de la ‘generación Paulina’. Habrá que cumplir. En tu nombre, querido compañero. 

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