¿Dónde está mi nombre?

Opinión
'¿Dónde está mi nombre?'
Nuri Martínez

El Gobierno de Afganistán ha anunciado su intención de empezar a incluir el nombre de la madre en el carné de identidad nacional junto al del padre, el único que figuraba hasta ahora. Se trata de una victoria más que simbólica, pues significa el reconocimiento de la identidad individual de las mujeres. Hasta ahora, en la sociedad afgana, las mujeres han sido únicamente consideradas como un apéndice del hombre, por su relación con los varones de su familia (‘hija de’, ‘esposa de’, ‘hermana de’), sin una identidad independiente propia. Para acabar con esta discriminación, un grupo de activistas afganas, encabezadas por Laleh Osmany, lanzaron hace unos tres años la iniciativa, ‘¿Dónde está mi nombre?’, una campaña que empezó en Facebook y que retaba, literalmente, a nombrar a las mujeres.

Al leer está noticia recordé el magnífico trabajo de Mónica Bernabé y de Gervasio Sánchez. En él se analiza la situación de las mujeres en Afganistán en profundidad, las continuas violaciones de los derechos humanos, acompañadas de una impunidad generalizada y un peso enorme de la tradición, que ahorcan la vida de las mujeres. Ellos nos pedían nuestro compromiso, pues el silencio y la indiferencia nos hacen cómplices y estimulan a los agresores a continuar tratando a las mujeres como sombras furtivas sin derechos. Dado que la falta de empatía y solidaridad con las víctimas es tan condenable como la agresión.

En Afganistán nombrar en femenino es un tabú que llega hasta el punto de que no pueden ser mencionados en público, porque tal cosa se considera una deshonra. Nombrar en voz alta a una esposa o una madre supone un insulto que en algunas regiones puede acabar en altercados físicos. Los nombres de las mujeres no se incluyen en documentos oficiales, pero tampoco en las invitaciones de boda cuando se casan o en sus lápidas cuando mueren. Mujeres sin identidad, sombras sin derechos. Lo que no se nombra no existe y lo que se nombra construye realidades.

Noticias como esta nos permite mantener la esperanza de que ya nadie detenga el movimiento que ha supuesto la mayor revolución del siglo XXI. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU son un claro momento decisivo en la atención política acordada a las mujeres y niñas: por primera vez, los dirigentes de 193 países se han comprometido a acabar con la desigualdad de género en todas sus formas para el 2030. Ese acuerdo refleja un consenso global sin precedentes para enfrentarse no solo a los síntomas, sino también a las causas subyacentes de la desigualdad de género.

El siglo XXI ha sido declarado por Naciones Unidas como el siglo de la mujer.

El siglo XXI ha sido declarado por la ONU como el siglo de la mujer y es evidente que en algunos países es una realidad; en otros, las mujeres se enfrentan a desigualdades. En nuestro país si analizamos cada campo, se comprueba que las brechas de género siguen existiendo: en salario, tipo de trabajo, tareas y cuidados no remunerados… En otros países sigue existiendo la ausencia de igualdad de derechos para las mujeres (sociedades de tradición islámica), pasando por el sexismo en el lenguaje o el reparto asimétrico de las (pesadas) tareas domésticas en todo el planeta. La realidad nos demuestra que en los países en desarrollo la batalla por la igualdad de género se solapa con las luchas por la igualdad social. Por ejemplo, la lucha de las mujeres campesinas de comunidades étnicas marginales. Ellas sufren una doble o hasta triple violencia en su condición de mujeres, pobres, no blancas o étnicamente minoritarias.

Durante un discurso en la universidad New School de Nueva York, António Guterres, secretario general de la ONU; dijo que observa una enorme injusticia alrededor del mundo, "un abuso que pide nuestra atención": la desigualdad de género y la discriminación contra las mujeres y las niñas.

"En todas partes, las mujeres están peor que los hombres simplemente por ser mujeres. Las migrantes y refugiadas, las mujeres con discapacidad y las que pertenecen a cualquier tipo de minoría se enfrentan a barreras aún mayores. Porque no solo es inaceptable: es estúpido", sentenció.

Y no se detuvo ahí. Destacó que la participación igualitaria de las mujeres es vital para la estabilidad, ayuda a prevenir conflictos y promueve un desarrollo sostenible e inclusivo. "La igualdad de género es el prerrequisito para un mundo mejor".

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