Por
  • Juan Manuel Iranzo Amatriain

Vulnerabilidad de las residencias

Opinión
"La discapacidad es casi siempre irreversible, la edad siempre inexorable".
Pixabay

En Aragón viven en un centro de servicios sociales, en residencias, menos del 7% de los mayores de 65 años. Según datos oficiales publicados por HERALDO, hasta el 31 de agosto habían fallecido en ellas a causa de la covid 842 personas, el 70% de los muertos en todo Aragón. La tasa de mortalidad en los centros (4,6%) más que decuplica la de todos los mayores de 65 (0,44), en parte por la mayor media de edad y fragilidad de los residentes; también por las limitaciones de personal, medios preventivos, formación e información, poco a poco mejoradas, que han dificultado la contención de la pandemia; y en gran parte por el mero hecho de que las residencias son entornos propicios para la transmisión de patógenos: concentran en un sitio cerrado a muchas personas cuyo cuidado requiere un contacto estrecho. Además, como señaló Francisco J. Falo, director general de Salud Pública, su tamaño y su modelo de gestión, entre otros rasgos (presumiblemente modularidad, personal sanitario propio, condiciones laborales y formación de las trabajadoras, etc.) han incidido significativamente en el grado de afectación de cada centro.

Los movimientos sociales por el envejecimiento activo y la vida independiente hace tiempo que critican un modelo de atención que conlleva subordinación y a menudo marginación. Para entenderlo, debemos mirar primero algo atrás y luego hacia adelante. La atención colectiva a dependientes pasó de los viejos asilos, a través de las primeras residencias-hotel para ancianos con posibles y de pisos para otros menos pudientes (verdaderos pisos-patera muchos, que cerró la inspección), al dominio actual de la residencia estándar, al que se opone el modelo de apartamentos con servicios compartidos o las ‘casas de mayores’, con garantía de independencia, seguridad, confort y coste-efectividad social, comunes en la Europa avanzada. Que las personas dependientes permanezcan en su hogar el mayor tiempo posible y se alojen luego en condiciones que preserven el máximo control sobre su propia vida se consideran derechos de ciudadanía. Por contraste, la lucha contra la covid ha impuesto en las residencias un régimen prácticamente penitenciario: prohibición de salidas y visitas limitadas al máximo.

Que las personas dependientes permanezcan en su hogar el mayor tiempo posible.

Hace años se sabía ya que habría una gran pandemia vírica originada en los mercados de animales silvestres de algún lugar de China o África, la duda era cuándo. Hoy sabemos que el SARS y el H1NI fueron avisos desoídos y que si no cesa la presión humana sobre la selva tropical la situación se repetirá, más o menos grave, una o dos veces por década. El sector de los cuidados a mayores y discapacitados deviene así no solo estratégico (casi el 20% de la población), sino sistémico, crítico.

En una epidemia hay que identificar y proteger rápido a los más vulnerables. En estos meses las residencias han implementado sucesivos protocolos de trabajo, acumulado medios técnicos y reorganizando espacios, y se quiere reforzar su cinturón protector vacunando contra la gripe a todo su personal (y deberían hacerlo familiares y otras relaciones) y medicalizándolas, que haya al menos enfermeras para mejorar y agilizar su atención sanitaria. (No tan es caro. Vivo en una de las tres residencias de Dfa y, según mis cuentas, las 5 enfermeras compartidas por 132 plazas nos salen a escote a poco más de 75€/mes). Pero cada medida de seguridad adicional eleva los costes de un modelo cuya efectividad es cuestionable incluso en condiciones normales. ¿Qué ocurriría con su rentabilidad si debieran pagar una prima de riesgo conforme a su grado de seguridad (epidemiológica), como otras industrias?

Cada medida de seguridad adicional eleva los costes de un modelo ya de por sí cuestionable.

La discapacidad es casi siempre irreversible, la edad siempre inexorable, condiciones propicias para planear un cuidado universal, integral, sostenible y de calidad a largo plazo para las personas con diversos grados de necesidad de apoyo, con una ecología habitacional distinta y basado en criterios epidemiológicos y socioeconómicos rigurosos, en el autocuidado consciente, la integración social y la solidaridad comunitaria. Con lo que tan amargamente hemos aprendido, cuando esto pase deberíamos ser capaces de hacer, todos juntos, algo mejor.

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