Política cuántica

Opinión
'Política cuántica'.
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Cualquiera diría que si una ley está derogada no tiene ya sentido pedir que se declare inconstitucional. Pues lo tiene. ¿Por qué, si ya no es aplicable? ¿O sí lo es? Resulta que no son lo mismo la vigencia de una ley, su validez y su aplicabilidad. Y que una ley derogada puede tener ultraactividad (palabra que acaso evoque en el lego mundos ajenos al derecho). Cuestiones de esta naturaleza, que leo en el último libro de Jesús Delgado sobre la validez de la ley, no son banales. Nos afectan a todos (que nos importe conocerlas es otra cosa). Cuestiones así nacen de los conceptos esenciales, de los cimientos más hondos en que se fundan los saberes académicos. Aunque –pongamos por caso– se llama jurista a cualquiera que sepa de leyes y filósofo, o historiador, a quien dé clases de Filosofía o Historia, en rigor, juristas, filósofos o historiadores hay muy pocos. ‘Et sic de coeteris’.

Así, la etiología y cura de una enfermedad rara; la demostración inalcanzada de una conjetura matemática –de esas cuya solución se premia con un millón de dólares– no son cosa de médicos, biólogos o matemáticos, sino solo de los que, entre ellos, poseen una formación que desborda la mera práctica profesional, aun excelente.

Desde hace algo más de un siglo, el paradigma de esta opacidad lo viene dando la Física cuántica, oscura para el lego... y para el experto. Se cuenta que Niels Bohr, el portentoso físico danés que fue Premio Nobel en 1922, le dijo a Werner Heisenberg –otro que tal–: "Quien no se conmocione con la teoría cuántica es que no la ha entendido". Son tantas las implicaciones que tienen las tesis de sabios así que incluso no se sabe muy bien cómo bautizarlas. Ejemplo: unos hablan del principio ‘de incertidumbre’ de Heisenberg –no se puede tener certeza– y otros lo denominan ‘de indeterminación’ –no se puede predecir–, de modo que, al final, otro gran talento (Erwin Schroedinger), acaba soltando una especie de broma que circula desde 1935 como un compendio de la mecánica cuántica: un gato, dentro de una caja, en compañía de cierto dispositivo letal y mientras nadie la abra para averiguar en qué situación se halla, está vivo y muerto al mismo tiempo. Por la misma regla, un fotón puede ocupar dos posiciones espaciales a la vez o ser partícula y onda... hasta que el observador interviene y, por arte cuántico de birlibirloque, esa ‘superposición de estados’ o funciones se desvanece y el fotón es una cosa u otra.

Los legos en ciertas materias enjundiosas y esotéricas no entienden bien sus principios, aunque experimentan sus efectos. Algo que a muchos les ocurre con la política española.

No se entiende, pero funciona

Roger Feynman, no de los grandes expertos en la materia, y, además, convincente divulgador y docente, proclamó públicamente (está grabado, con imagen y sonido): "Creo que puedo decir con seguridad (‘safely’) que nadie entiende la mecánica cuántica", idea tan insólita como veraz. Fue en la Universidad de Cornell, en 1964. Convenció a sus oyentes: no intenten comprender la explicación, decía, sino captar mi descripción del funcionamiento de la naturaleza: "Relájense y disfrútenlo, es todo". En efecto, ¿cómo entender esto?: "Es imposible un mundo cuyas partes más pequeñas existen objetivamente, como existen las piedras o los árboles, pero con independencia de si las observamos o no. Más que cosas, o hechos, existen como potencialidades, posibilidades" (Heisenberg). En un congreso de sabios (Austria, 2011), la mitad de ellos opinaron que dentro de cincuenta años se seguirá discutiendo el significado de la teoría cuántica. Así está la cosa y este es un buen resumen: "Si crees que entiendes la mecánica cuántica, entonces, no la entiendes".

Sin embargo, en la vida diaria, esta física incomprensible funciona: sirve para averiguar con suma precisión el comportamiento de la luz y cómo es absorbida por la materia, con ella se han diseñado los transistores y los microchips, los diodos, el láser, los aparatos de resonancia magnética...

Es una de tantas incógnitas –la palabra ‘misterio’ es casi siempre de uso infeliz– como quedan pendientes. Por fortuna, cuanto más se avanza, más hay por aprender y por aclarar. En puridad, casi todo.

En España, no se diga. El caso del diputado Baldoví es apto para Schroedinger: "Dense la hostia parlamentaria pertinente y no nos dejen perder más tiempo". ¿Quiso decir ‘hagan’ y no ‘dejen’?, ¿fue un lapsus freudiano? ¿Realmente dijo hostia con hache? Quizá Su Señoría lo dijo sin hache. O de las dos maneras a la vez, por una superposición de estados.

Demostrar la hipótesis de Riemann, pendiente desde 1859, no será tan arduo como averiguar para qué sirve la mesa de ‘reconstrucción’ que preside Patxi López; e incluso para qué sirve el propio López. Desafíos titánicos son explicar en qué gramática aprendió la ministra Montero (Hacienda) la lengua que habla; qué son la saturación icónica en las mascarillas de Abascal, el relevo de Cayetana por Cuca o la naturaleza real de la tarjeta ubicua del móvil de Dina.... Pero no hay que cejar en el intento. Eso, nunca jamás.

La española, cuya práctica se ve, se oye, se toca y se padece, es política cuántica: opera, pero a partir de principios inalcanzables.

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