Por
  • Isabel Soria

Cianómetro

Opinión
'Cianómetro'.
Pixabay

Siempre digo que a Zaragoza le faltan dos cosas: la primera, el verde. Para ver el primer verde tienes que desplazarte a cien kilómetros de distancia.

No voy a entrar a enumerar las zonas verdes cerca de la capital, ni a enrollarme sobre la belleza de los bosques de ribera. Los bosques frondosos son abundantes solo se si se cumplen determinados requisitos de altitud con respecto al nivel del mar. Los zaragozanos presidimos una grandísima depresión que se eleva algo más de 200 metros del Atlántico y del Mediterráneo, lo que causa una aridez y un clima extremo. Tan extremo que Zaragoza es la capital del desierto, aunque también lo es un vergel: la preciosa ribera del Ebro, larga y ancha, trabajada por muchas generaciones de avezados e ingeniosos agricultores que cultivaron las huertas y sacaron el mejor rendimiento del agua dulce tras siglos de esfuerzos. Pero, aunque vivamos en la feraz ribera del Ebro, antes de llegar al bosque, hay kilómetros y kilómetros de paramera. Muy bonita, eso sí, pero paramera. La segunda cosa que echo en falta en Zaragoza es el mar. El horizonte del mar, los tonos de azul, el mar de las distintas estaciones, el sonido de las olas, sentir la humedad y el frescor del agua.

Zaragoza es la capital del desierto, aunque también lo es un vergel: la preciosa ribera del Ebro larga y ancha...

Hace unos días vi en Facebook un invento que me encantó: un cianómetro, una suerte de carta de colores solo de tonos azules.

Me conformaré con eso, con imaginarme el mar a través del cianómetro.

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