Por
  • María Antonia Martín Zorraquino

Lenguas y Educación

Entrada a la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza.
Entrada a la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza.
HERALDO

El informe PISA considera, a las matemáticas y a las lenguas, esenciales en el currículo escolar; sobre todo a la lengua primera, la de uso imprescindible para el desarrollo de la personalidad. Es una postulación clásica. Hace unos ochenta años la lengua (con los textos literarios) y las matemáticas eran los ejes del programa de los bachilleres (entonces, escolares entre los 10 y los 17 años). Sin embargo, no siempre se defiende la importancia sustancial del dominio de la propia lengua, ni de la competencia fluida de aquella, o aquellas, de necesidad obvia por su empleo real en la sociedad. Recuerden las denuncias de pobreza e inadecuación expresivas que Lázaro Carreter clavaba semanalmente con ‘El dardo en la palabra’, o las quejas de tantos profesionales ante el descuido en la forma de hablar y escribir de muchos grupos sociales. Son hechos evidentes.

Pero ¿de dónde, el origen de tal desatención al uso de las palabras? Parece que la enseñanza de la lengua no sea eficaz en la formación de la persona. Para algunos, porque «total, la lengua se aprende por ósmosis, ¿para qué empeñarse en abordarla reflexivamente?»; para otros, por su aparente ‘acientificidad’: «Bueno, forma parte del bloque de las disciplinas de humanidades: no ayuda a ganar dinero». Así de cutre el razonamiento, y de equivocado. Porque es posible que las lenguas no ayuden a ganar dinero más que a los valientes que se dedican a ellas, pero está claro que su enseñanza y aprendizaje contribuyen decisivamente a mejorar a las personas y a la sociedad en las que estas viven.

En las clases de lengua, como en las de matemáticas, en las de historia, o en las de química (¡en todas las clases!), uno de los primeros objetivos del profesor es determinar los conceptos esenciales del objeto que enseña. De modo que, a través de la definición de fonema, o de frase preposicional, o de oración subordinada, etc., se aprende a determinar los elementos que integran el sistema lingüístico, lo que, entre otras cosas, ayudará a comprender las afinidades y diferencias entre las lenguas que se aprenden: muy distantes (v. gr., el español frente al mandarín); o como hermanas (v. gr., el italiano y el español). En las clases de lengua, como en las clases de materiales de ingeniería, se enseña también por qué no se pueden combinar las secuencias lingüísticas como a uno se le ocurre (el discurso se derrumbaría, como le sucedería a un puente mal construido), o sea, por qué se puede decir «Que me toque la lotería de Navidad me alegraría el año» y, en cambio, no se puede decir «Que sale de trabajar a las dos come a buena hora», mientras que sí es correcto «El que sale de trabajar a las dos come a buena hora», pues el verbo ‘comer’ exige un sujeto animado, y, por tanto, no puede construirse llevándolo con una oración subordinada sustantiva, y sí con una relativa sustantivada.

Pero aún se aprenden más cosas en las clases de lengua. Resulta que tampoco es adecuado decir, con el verbo ‘correr’, «Que está enfermo no corre», sino «Quien está enfermo no corre», pero he aquí que sí puede decirse «Corre por ahí que te vas a casar», donde ‘correr’ vale por ‘difundirse’, como metáfora cotidiana. Y es que las lenguas son sistemas dinámicos, es decir, técnicas del hablar configuradas a través del tiempo, por impulso de factores externos (los hablantes, los creadores, otras lenguas dominantes, etc.) y a causa de factores internos (evitación de ambigüedades, economía expresiva, etc.). Esta dimensión histórica de las lenguas es de vital trascendencia. Mucho vocabulario de la medicina, de las ciencias naturales, etc. muestra el influjo del latín o del griego en el español, frente a lo que sucede con el de la informática (dominado por el inglés). Esa historicidad se manifiesta no solo en las palabras, sino también en los géneros discursivos: ya no decimos «Que Vd. lo pase bien», o «Vaya Vd. con Dios», por mucha nostalgia que despierten esas despedidas.

La lengua es, pues, la puerta por la que se entra a las demás disciplinas del programa escolar, o universitario, como diría don Quijote si hablara en español actual. La lengua es la puerta también por la que se entra en la casa de todas las profesiones y oficios. Y, sobre todo, las clases de lengua enseñan a comprender que la lengua nos hace libres: nos permite defendernos y defender a los demás; y muy especialmente establecer un contacto fraternal con el prójimo, frente a perder nuestra humanidad insultándolo a diario.

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