Por
  • Natividad Fernández Sola

La pugna electoral en EE.UU.

Opinión
'La pugna electoral EE.UU.'
ISM

Tenemos propensión a calificar de fin de ciclo histórico a acontecimientos diversos que solamente el tiempo ha de designar, en su caso, como tales. Así, discutimos si la caída del muro de Berlín en 1989 fue el final real del s. XX o si, por el contrario, hasta el 11 de septiembre de 2001 no se inició realmente el s. XXI marcado por el desafío del terrorismo internacional.

Cada elección presidencial en la potencia todavía hegemónica suscita dudas a este respecto. ¿Supuso la elección de Donald Trump como 45º presidente del país el final del ciclo de dominio de la élite política a ambos lados (la ‘casta’ que diríamos de forma más cheli en estas latitudes)? Una excepcional no renovación de su mandato ¿pondrá fin a una era que nunca debió iniciarse? Obviando la alta consideración de sí mismos que encierran estas preguntas, probablemente el resultado no será ni lo uno, ni lo otro.

Dado que hasta el 3 de noviembre queda tiempo para las especulaciones, conviene buscar las claves que esconde ese gran show que son las convenciones de los dos grandes partidos. Ni siquiera el formato ‘online’ ha quitado espectacularidad a estos actos, aunque sí viveza al hurtar el debate sobre ideas; si bien esto no suele ser una actividad de calado en las convenciones sino a lo largo de la dilatada campaña electoral. ‘The Trump Family Show’ al que hemos asistido, no es sino un espectáculo más que responde, eso sí, a la vibraciones diseminadas por la convención demócrata, celebrada unos días antes.

La efectista designación de Kamala Harris (CA) como segundo elemento del tándem electoral liderado por Biden, además del efecto mediático positivo por insuflar aire fresco a un candidato que no suscita enormes pasiones, ha demostrado que los Demócratas hacen un claro guiño al sector más izquierdista del partido. Las posiciones de la senadora Harris desde su época de Fiscal proyectan una imagen liberal en lo económico y en proyección internacional, con claros postulados sociales en temas como el aborto, la discriminación racial, los derechos LGTBI o la lucha contra la tenencia de armas, muy sensibles por consideraciones religiosas, culturales y sociológicas.

En el otro lado del espectro, el más conservador, republicanos contrarios a Trump, como John Kasich (OH), han comparecido en la convención demócrata manifestando su apoyo. Aunque intervenciones estelares como las de los Obama hayan realizado una proclama para una inespecífica recuperación de la democracia y terminar con la violencia policial contra la población negra, es esa ampliación del sustrato electoral al que se dirige la oferta demócrata lo que preocupa a la actual Administración. De ahí, la desesperada búsqueda de una imagen de unidad; hasta la primera dama y el secretario de Estado –Pompeo-, saltándose normas no escritas y éticas hayan roto la ‘neutralidad’ de sus puestos para pronunciarse de forma entusiasta a favor del jefe de filas republicano.

Los análisis tradicionales nos hablan de las diferencias ideológicas entre ambas opciones: globalismo frente a nacionalismo populista, lucha contra el cambio climático frente a negacionismo, compromiso internacional o aislacionismo, flexibilidad o rigor con la inmigración, derechos civiles, etc. Sin embargo, la experiencia demuestra que un porcentaje de electores se decanta por uno u otro candidato sobre la base de factores coyunturales más que de diferencias programáticas: guerra de Vietnam, crisis de los rehenes en Teherán, o crisis económicas.

En el momento actual, la mala gestión de la covid-19 puede pesar más que todas las consideraciones acerca del multilateralismo, las relaciones transatlánticas, la construcción del muro con México o la guerra comercial con China. Salvo excepciones, políticas como la exterior o la de defensa no experimentan giros radicales puesto que los intereses nacionales (y los lobbies) son permanentes.

Los europeos solemos hacernos muchas ilusiones con respecto a los inquilinos de la Casa Blanca. Sin embargo, éstas suelen caer cual castillo de naipes tras la elección. Un cambio en la presidencia en este momento cambiaría, sin duda, las formas que pueden calificarse de abruptas, incluso soeces. Ese cambio que razonablemente sería anhelado por otras razones, resultaría más combativo con Rusia dañando la tímida aproximación esbozada por Francia y Alemania. Es dudoso que se volviera a plantear un gran acuerdo comercial global, como el TTIP, hoy descartado. Pero nada de esto transformaría la mayor indiferencia estratégica hacia Europa, el intento reiterado de incrementar gastos de defensa –sin duda necesarios- pero para consumir material americano.

‘Four more years’ para Trump o una elección de Biden no supondrá ni un inicio ni un fin de ninguna etapa histórica; sólo un paso más hacia una inexorable marginación europea.

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