Por
  • Juan Manuel Iranzo Amatriaín

La segunda ola y la tercera

Illa anuncia la prohibición de fumar en las calles si no hay distancia mínima
El Ministro de Sanidad, Salvador Illa.
Chema Moya

El número de nuevos casos detectados cada día es el dato que define para la opinión pública, al parecer también para los políticos, la gravedad de la covid-19; un indicador parcial, indirecto y tardío de los contagios. Esa cifra es el producto de los casos activos, todas las personas que pueden contagiar a otros, por el promedio de personas a las que ellas infectan, el número R. Grosso modo, si 100 personas contagian a otras 100 (R=1) la epidemia sigue igual; si infectan a más la epidemia crece (R>1); si a menos, remite (R<1). Este parámetro dibuja mejor el curso de la pandemia en España. El 15 de marzo era 2,73, un infectado causaba casi otros tres. El estado de alarma lo situó por debajo de 1 del 24 de marzo al 20 de junio. Siguió alto (R>0,75) casi todo ese lapso, pero por 88 días el virus retrocedió y era entonces, cuando había pocos casos activos, cuando debimos hacer PCR en masa y emplear el máximo número de rastreadores para detectar todos los casos posibles que, por asintomáticos o leves, no acudían a hospitales y centros de salud, rastrear sus contactos y aislarlos, e insistir a la población en que mantener con todo rigor las medidas de distancia e higiene era vital para superar la epidemia. Pero nos relajamos y provocamos una segunda ola del 20 de junio (R=1,05) al 23 de agosto (1,00), con máximo el 10 de julio (1,46).

Un inciso. El Centro Nacional de Epidemiología publica los viernes su informe semanal, con datos hasta el jueves. Los aparecidos el 27 de agosto se interrumpen el 23. El 24, según la tendencia, R debía bajar de 1. Esperábamos la noticia. ¿Qué sucede? ¿Vuelve a crecer y se teme publicarlo? ¿Oscila incierto? ¿O cae y se nos oculta creyendo que solo el miedo disciplina a la gente? ¿Un fallo técnico? ¿Lo sabremos el día 4?

Nunca hemos estado más atentos a la comunicación institucional ni más necesitados de oír la verdad, hasta donde se sabe, incluido qué no se sabe y se intenta averiguar. El Gobierno, con buena divulgación científica y sincera concienciación cívica, pudo definir una misión común a todos y falló. En vez de una conversación racional entre ejecutivo y opinión pública vemos transmisión unidireccional de datos imprecisos y sesgados, explicaciones confusas, mentiras piadosas, ocultaciones dolosas, interpretaciones interesadas, justificaciones falaces y triunfalismo sectario. Dicho en términos populares, sentimos que a los ciudadanos nos tratan como si fuéramos…

Esa afrenta induce dos reacciones alienadas típicas. La menor es propia de narcisistas y conspiranoicos que ‘piensan’ así: me tratan como si fuera ignorante, luego mienten para robarme algo o forzarme a algo, luego debo hacer lo contrario de lo que dicen. La de la mayoría: me tratan como lego porque los políticos, en su burbuja, ni nos conocen ni saben hablarnos, y desdeñan nuestras opiniones por mal informadas, pero quizá no saben hacerlo mejor; solo queda seguir sus indicaciones y rezar para que sean más competentes esta vez. Pero esa no es la comunicación de una democracia deliberativa madura y sana.

Volviendo a los datos, indican que nuestras probabilidades de doblegar la pandemia mediante la prevención son precarias. R y los contagios crecerán al aumentar los contactos con la reanudación de la actividad lectiva y productiva, y, además, ignoramos la efectividad de las medidas preventivas: no sabemos cuánto tardamos en detectar un caso asintomático, o leve que no ha pedido PCR, desde el momento de su infección; sabemos que detectamos pocos contactos, una media de tres, pero no cuánto tardamos en rastrearlos; y desconocemos cuánto se incumplen las medidas de aislamiento. Sin estos datos es imposible comparar las acciones de las comunidades autónomas, detectar y corregir fallos, aprender unas de otras qué es más efectivo. Quizá haya quien prefiera renunciar al aprendizaje a cambio de evitar el coste político de una posible comparación desfavorable.

La epidemia crece en la mitad de las provincias y preocupa sobre todo en la Comunidad de Madrid, por su gran masa de casos activos, pero aun el mejor dato (Teruel y Murcia 0,75) es alto. Llegamos muy mal preparados al otoño. Ante la temida tercera ola, extrememos, por favor, las precauciones personales. 

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