Dudas y certezas

Opinión
'Dudas y certezas'
Krisis'20

Termina un verano muy diferente. Lo hemos vivido como una tregua, más que como tiempo reparador y de descanso. En Aragón hemos sentido que era una tregua artificial. Comenzamos septiembre con miedo y ansiedad por las consecuencias sanitarias, económicas y sociales de esta pandemia fatigosa y extenuante. Sabemos que hay personas que están sufriendo las consecuencias de esta tragedia en sus propias vidas. Algunas truncadas tristemente, y otras sufriendo limitaciones en su trabajo y en su vida personal. La inquietud se manifiesta diariamente en nuestras conversaciones con amigos y conocidos pues todos tenemos muchas dudas y pocas certezas.

Una certeza era clara en septiembre comienza el curso escolar y así debe de ser también este año. Como han apuntado expertos de distintas disciplinas e ideologías, resulta imprescindible y urgente el retorno a la escuela. Existen razones de diverso tipo: pedagógicas, sociales, de conciliación, de desarrollo infantil, etc. El secretario general de la ONU, António Guterres, pedía a principios de agosto reabrir las escuelas para evitar una "catástrofe generacional". También Fernando Simón declaraba: "No podemos tener a nuestros niños sin estudiar. No podemos hipotecar la competitividad de nuestras promociones de niños. No podemos hacer que dos promociones de nuestros niños no tengan una educación con el mismo nivel de calidad que cualquier otra".

A pesar de este consenso generalizado, aún quedan muchas incógnitas por despejar. La duda era y es si la vuelta a las aulas se realizaría correctamente. Ahora bien si esperamos que la ciencia ofrezca las respuestas necesarias para que la vuelta al colegio sea segura al cien por cien, no vamos a encontrar esa tranquilidad de espíritu. Lo esencial, en el momento de la apertura de los centros educativos, es mantener el foco en aquello que es innegociable: el derecho a la salud y el derecho a la educación. Es el momento de políticos que sean capaces de jerarquizar y priorizar objetivos y traducirlos en acciones concretas. Creo que fuimos comprensibles en marzo con los fallos del Gobierno, tanto central como autonómico, pero ahora lo somos menos pues todo responsable público debe saber planificar y realizar, por tanto, políticas preventivas. Las comunidades tienen las competencias de educación y sanidad, y éstas deben ejercerse. No es necesario esperar a una reunión de coordinación para planificar el curso. En ella se pueden perfilar y coordinar detalles, pero no más. Lo mismo sucede con los centros. Las direcciones, los claustros de profesorado y el consejo escolar deben organizar la actividad pedagógica. Para ello precisan garantías sanitarias que protejan a profesores y alumnos, con especial cuidado y atención para los grupos de riesgo. Necesitan saber qué recursos adicionales les asignan para poder abrir las escuelas en medio de una pandemia. Fijados unos parámetros comunes (protecciones personales, superficie por alumno, márgenes para combinar actividad presencial y no presencial, horario de apertura y horario lectivo…), después los centros los adaptarán a sus espacios y entornos, a las necesidades discentes y las capacidades docentes. Las escuelas deben poder abrirse, pero las aulas también deben poder mantenerse abiertas. Por otro lado, resulta lógico pensar que se requerirá un esfuerzo añadido de maestros y familias, y de la asunción de riesgos en un momento de incertidumbre. Si se considera la educación como un servicio esencial, ésta debe ser una prioridad incluso en condiciones adversas. No podemos permitirnos que la escuela vuelva a desaparecer de la vida de niños y jóvenes. Las consecuencias las sufriremos todos, pero tendrán efectos mayores sobre la desigualdad y sobre las mujeres. Si esto sucede, tengo la gran duda de cuánto tardarán los gobiernos en echarse la culpa mutuamente. Y no querría que, de nuevo, la escuela se convierta en arma ideológica pues es lo que menos necesita. Para hacer efectivo el derecho a la educación se requerirá del esfuerzo de todos. Niñas, niños y jóvenes y, sobre todo, aquellos pertenecientes a sectores más desfavorecidos necesitan que responsables públicos, maestros y familias trabajen juntos. No es fácil, pero es el único camino. Ningún escenario será sencillo. Creo que es el momento de preguntarnos todos qué puedo hacer yo para que los niños reciban la educación que necesitan y estos no sean la última prioridad de este país. 

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