Por
  • José Luis Alonso Gajón

Los escraches y la Constitución

Los escraches a Pablo Iglesias han puesto de manifiesto la doble moral de algunos políticos.
Los escraches a Pablo Iglesias han puesto de manifiesto la doble moral de algunos políticos.
Europa Press

Algunas veces, oyendo a tertulianos o políticos, me viene a la cabeza si no habrá dejado de ser un mito el de la Torre de Babel y todos habremos sufrido la maldición de que habla el Génesis: «Confundamos su lengua de forma que ninguno entienda lo que dice el otro».

Tomemos uno de los últimos temas de debate, el escrache. Comencemos por la definición del Diccionario de la RAE: «Manifestación popular de protesta contra una persona, generalmente del ámbito de la política o de la Administración, que se realiza frente a su domicilio o en algún lugar público al que deba concurrir».

Si es una manifestación, está amparado por el artículo 21 de la Constitución: «Se reconoce el derecho de reunión pacífica y sin armas. El ejercicio de este derecho no necesitará autorización previa. La autoridad solo podrá prohibirlas cuando existan razones fundadas de alteración del orden público, con peligro para personas o bienes». Es decir, el escrache pacífico «contra una persona» política, sin peligro «para personas o bienes» es constitucional, nos guste o no (a mí no me ha gustado nunca). Pero como todo derecho tiene, entre sus límites, el respeto a los otros derechos constitucionales, como los recogidos en el artículo 39: «Los poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídica de la familia (y) la protección integral de los hijos. Los niños gozarán de la protección prevista en los acuerdos internacionales que velan por sus derechos». A su vez, la Convención sobre los Derechos del Niño establece en su artículo 16: «Ningún niño será objeto de injerencias arbitrarias o ilegales en su vida privada, su familia, su domicilio (y) tiene derecho a la protección de la ley contra esas injerencias o ataques».

En resumen, el escrache es constitucional si se realiza «contra una persona» política, sin que haya «peligro para personas o bienes» y sin que ningún niño o niña sufra «injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia o su domicilio». Creo que la inmensa mayoría de la ciudadanía entendemos que así establecido el escrache puede ser una manifestación popular de discrepancia contra la actuación de un político, pero lo que no debería ser es objeto de varios vicios muy españoles. Veámoslos.

La doble moral: si lo hacen los míos está justificado, aunque afecte a la familia y lo sufran los hijos e hijas, porque la culpa la tendrán las malas acciones de los padres. Por el contrario si lo hacen ‘los otros’, no está justificado porque ¿qué culpa tienen los niños y niñas? Por eso es triste que ya no nos extrañe que algunos miembros del PP que, antes y con razón, se quejaban del escrache ahora lo justifiquen. Así, por ejemplo, lo hace el senador Hernando, afirmando que «es lo que han provocado (ellos) con su incompetencia, su prepotencia, su negligencia y sus mentiras». ¿Los niños también?

Una versión más refinada de la doble moral nos la ha dado la ministra Robles, que, tras afirmar que todos «son malos, los haga quien los haga» (olvidándose de la Constitución) ha añadido que no comparte la opinión de «algunos» que dicen que son «jarabe democrático cuando se lo hacen a unos» y que cuando se hacen a otros «no están bien». ¿A qué viene este recuerdo? Aplicar ‘su medicina’ a quien los ha defendido, ¿hace menos condenable el que esté afectando a sus niños? 

Otro vicio muy español es el cambio de etiqueta para calificar un hecho según me suceda a mí, o a los míos, o lo sufran los del otro bando. Un ejemplo nos lo ha dado la ministra Montero, que afirmó que «el escrache está reconocido incluso por la propia justicia española como una forma legítima de protesta» (sin matizar si afecta a otras personas no políticas o si hay infancia que la sufra), pero lo que soporta su familia no es escrache sino «hostigamiento». Supongo que lo utiliza en el sentido de «molestar a alguien insistentemente», cosa que a mi juicio va unida al escrache. Y añade que ese hostigamiento es malo porque tiene un fin político, «sacar del Gobierno a Unidas Podemos», ¡como si los demás escraches no tuvieran un fin político! Y acabo preguntándome: ¿habrá un día en que todos los políticos, tertulianos y periodistas, se lean la Constitución antes de opinar? Confío en vivir muchos años y llegar a verlo.

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