El luto de Zaragoza en 1920

PASEO INDEPENDENCIA. PLACA AL ARQUITECTO DE YARZA Y ECHENIQUE / 30-06-2015 / FOTO: GUILLERMO MESTRE
La placa que recuerda a Yarza en el número 30 del paseo de la Independencia.
Guillermo Mestre

La cosa estaba tan mal, que el gobernador civil, Pedro Calderón y Ceruelo, poco gallardo marqués de Algara de Gres y apocado mesnadero de Eduardo Dato, decidió desertar. Subió al tren en la noche del 20 de agosto de 1920, con un grueso baúl (indicio de que no volvería), y se fue sin avisar al alcalde, ni al capitán general, ni al presidente de la Audiencia. Olía a miedo e impotencia: "No sé qué hacer", había dicho: "Aquí no encuentro el apoyo de nadie, todos me ponen obstáculos. Una de las cosas que más me duelen es el desprecio y la dureza con que me tratan los periódicos. Si digo que no habrá pan, me censuran despectivamente; si digo que habrá, también. Si intervengo en un conflicto, se oponen; si no intervengo, me vapulean. He perdido autoridad y no puedo continuar aquí".

Dos días más tarde, los funcionarios Yarza, Boente y Octavio (Escárraga se salvó de milagro) fueron asesinados en la calle, ante una asombrada multitud.

José de Yarza nació en 1876 y era de una generación de personajes notables de Zaragoza, entre los que estaban José Gascón y Marín (1875), Juan Moneva (1871), Guillermo Fatás Montes (mi abuelo, 1869) y la roncalesa Eulogia Lafuente (1863), listados por orden de edad, a quienes se cita porque se estimaron y trataron, según se dirá, en aquella Zaragoza cinco veces más chica que hoy.

La militancia anarquista era muy potente en la ciudad del Ebro, una referencia nacional, incluidos también los sectores violentos del movimiento. Si bien en 1920 Zaragoza vivía meses muy duros, que Mariano García glosa en otro lugar de este periódico, el triple asesinato del 23 de agosto causó especial consternación y, aunque disimulada, feroz alegría entre los partidarios de las acciones cruentas. En 1923 también Fatás sería atracado y herido por dos pistoleros a quienes se resistió a entregar 12.000 pesetas, la paga mensual del Magisterio en los distritos de Pina y Caspe. Hubo de reponerlas; una cuestación nacional cubrió apenas un cuarto de lo perdido: serio quebranto para el matrimonio que había formado con la maestra Patrocinio Ojuel. Y también en 1923 caería bajo las balas el arzobispo, cardenal Soldevila. Zaragoza era una plaza dura, vaya que sí.

Regeneracionistas

Yarza, como los demás citados, tenía alma regeneracionista. Confiaban todos en la redención de la persona por la educación. Doña Eulogia, entregada (con su esposo, Pedro Gómez) al combate inacabable de la enseñanza infantil, era medalla de oro de Zaragoza desde 1914. Moneva era un docente extravagante, sabio múltiple y didácticamente adelantado: llegó a dar clases de Instituciones canónicas en el Pilar. Gascón y Marín también ejerció la cátedra jurídica. Esta historia une, pues, a los personajes con el hilván de la lucha por la enseñanza pública. Yarza, encargado por el Concejo de construir una escuela para niños de familias humildes, consultó con Lafuente y Fatás -maestros superiores titulados- lo preciso para alzarla según los mejores criterios. El edificio, que sigue siendo delicioso, por dentro y por fuera, se inauguró en 1919, dedicado a Gascón y Marín, favorecedor de la instrucción pública. Yarza disfrutó muy poco de su hermosa criatura.

De Moneva se conocen, sobre todo, anécdotas más o menos chuscas, pero se ha olvidado su cualidad de guardián del patrimonio documental aragonés, y del lingüístico. Vecino de Fatás en la calle Sanclemente, tuvo algún altercado con él, como con tantos otros. Yarza también vívía cerca de ellos, en Independencia.

Hombre de pluma precisa y con regusto antiguo, que a unos admiraba y a otros causaba risa, redactó la inscripción de la Fosa Común del cementerio. A los muertos sin nombre les dio recuerdo perpetuo: "Vosotros, cuyos restos anónimos yacen aquí, a quienes hizo [sic] iguales la naturaleza humana, la redención divina y la niveladora muerte, no sois olvidados de todos. La Ciudad, igualitaria porque cristiana, justiciera y piadosa, os proclama suyos y os encomienda a Dios".

Por eso le pidieron idear -con queja de quienes lo tildaban de redicho y rancio- la que honraría a los esforzados De Yarza, Boente y Octavio, que dice: "La Ciudad honra aquí a sus funcionarios". Y, tras sus nombres y empleos: "Muertos en la vía pública el XXIII de agosto de MCMXX cuando, conscientes del peligro en que perecieron, excedían voluntarios el deber profesional, reparando con sus manos el alumbrado de la urbe. ¡Ponga Dios paz en las luchas sociales que llevan a estos horribles descaminos!". Está ahora en Constitución, en un lindo y abandonado monumento.

Una elegante placa modernista honra a Yarza en Independencia, 30. Lo presenta de tres cuartos. Fue encargada por los arquitectos de España a otro docente, Ricardo Pascual Temprado, turolense de Muniesa, que enseñaba Escultura en la zaragozana Escuela de Artes y Oficios.

Recordémosles, como hace hoy la Ciudad. También son ‘memoria histórica’. O deberían.

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