Por
  • Pedro C. Marijuán

El adiós de un gran Rey

La monarquía parlamentaria y la Constitución de 1978 deben mirarse con respeto y admiración
La monarquía parlamentaria y la Constitución de 1978 deben mirarse con respeto y admiración
Heraldo

Estamos asistiendo estos días al linchamiento en ciertos medios y en las redes sociales de un personaje que ha sido clave en el devenir de España durante más de cuatro décadas. La Transición, esa increíble transformación de una dictadura en una democracia, en medio de una terrible crisis económica y de los feroces embates del terrorismo, ha sido uno de los grandes procesos políticos europeos en el pasado siglo, imitado en no pocos países de la América Hispana y otras áreas. Pero, ay, el gran protagonista de todo ese proceso nos muestra ahora un flanco personal como mínimo dudoso en cuanto a su vida privada y en lo crematístico.

Pues está claro, dirán algunos: a la cárcel con el Borbón, derribemos sus estatuas, quememos sus retratos, denunciémoslo e insultémoslo públicamente. A la cabeza de ese ‘escrache nacional’ se sitúan los enemigos acérrimos de la Transición, los que militaron durante décadas para que no hubiera un acuerdo de concordia nacional y una monarquía parlamentaria plenamente democrática. Los actuales herederos de aquellos totalitarismos del nacionalismo extremo y del izquierdismo radical ven en la presente crisis de la monarquía una excelente oportunidad para avanzar en sus agendas de agitación y propaganda, en sus políticas de disgregación social y cultural.

La monarquía parlamentaria no es un legado medieval. En la sucesión histórica de las generaciones, las diversas monarquías, sobre todo europeas, representan el equilibrio que las sociedades más avanzadas han establecido entre el mantenimiento de sus valores tradicionales y los múltiples cambios y transformaciones de la vida social en los últimos siglos. Dejar el conjunto de las estructuras políticas, y en especial la cúpula institucional, al albur de iluminados de turno que nos quieren conducir a la sociedad ideal, igualitaria, anti-racista, anti-capitalista, ecologista, feminista, etc., es jugar a la ruleta rusa. Y la aventura nacionalista es tanto o más peligrosa. Ahí está la catástrofe de las guerras de los Balcanes, hace poco menos de treinta años, cuando las minorías radicales nacionalistas de Yugoslavia se encaramaron al poder. Y ahí están los desgraciados finales cantonalistas de nuestros dos experimentos republicanos. ¿Queremos ir en esa dirección?

Somos una sociedad frágil y complicada. No juguemos con fuego. Desintegrar y destruir es fácil, pero lograr instituciones complejas que funcionen es mucho más difícil. La monarquía parlamentaria y la Constitución de 1978 deben mirarse no con suficiencia y desdén, sino con respeto y admiración, con un punto de asombro ante sus logros históricos. Sean cuales sean los defectos personales del gran arquitecto de ese proceso, y su posible comparecencia ante la Justicia, debemos respetar su figura histórica y no disminuir un ápice el valor de su legado, el legado de un gran Rey que nos ha traído largas décadas de democracia y prosperidad. Queden para los admiradores de la revolución bolivariana y para los radicales antisistema el insulto y el griterío.

Los que queremos vivir en un país libre y próspero lamentamos muy profundamente la salida del Rey emérito. Las presiones indisimuladas del Gobierno y el ‘agit-prop’ de los radicales probablemente no han dejado otra opción. Lo que deseamos es que pueda volver pronto, cuanto antes, pero a poder ser a un país distinto. Como era España durante la Transición, una sociedad al borde del abismo pero que no insultaba y que no hacía escraches, donde ni existía esa palabra, y que respetaba enormemente la discrepancia y los valores de la educación. La España del abrazo y la reconciliación, que aunque esté siendo silenciada por el griterío de las redes sociales y el extraño panorama mediático y televisivo que nos rodea, posiblemente continúa existiendo en la mayor parte de nuestro gran país.

Pedro C. Marijuán, investigador independiente, es licenciado en Ingeniería y doctor en Neurociencia Cognitiva

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