Ese maldito 6%

Los cinturones han permitido sacar tráfico de paso de la ciudad.
'Ese maldito 6%'
HA

La segunda ola de covid-19 traerá a España un cambio esencial de lo que supone la epidemia respecto a la primera embestida que padecimos. En enero, febrero y marzo, el virus se diseminaba por España silencioso, con máscara de gripe, sin que nadie detectara que había llegado y su alta capacidad de transmisión. En julio y lo que vendrá en agosto, la expansión de casos cuenta con un factor nuevo: esta vez, hemos colaborado conscientemente a no detener un virus que se ha llevado miles de vidas en España y el mundo. Supongo que no ir a una discoteca, evitar eventos sociales en espacios cerrados sin medias de higiene, ponerse la mascarilla o lavarse las manos son esfuerzos que no merecen la pena con casi mil muertos solo en Aragón.

Lo peor es que la falta de conciencia no es ni siquiera algo testimonial. Cuando a mediados de julio el Gobierno aragonés se entregó a la responsabilidad de los ciudadanos para cortar la expansión de la covid-19, pidió que no se saliera de Zaragoza capital ni comarca central si no era por causa de fuerza mayor. Días después supimos que las entradas y salidas de la ciudad respecto al fin de semana anterior apenas habían sido un 6% menos. No hubo responsabilidad individual, ni conciencia, ni solidaridad, ni empatía con las personas mayores, enfermas ni con el personal sanitario al que salíamos a aplaudir a las 8 de la tarde.

Esto merece una reflexión pausada y más allá de la epidemia, pues es un retrato de la debacle de la libertad individualista, que siempre busca excusas para sobrevivir hasta que el perro guía es un virus, un ente inerte que radiografía sin retórica las causas y las consecuencias de nuestros actos. Pero no crean, es el mismo mensaje que lleva décadas calándonos: conformarnos con éxitos espurios, pequeñas conquistas que creemos tener que defender mientras la verdadera libertad se escapa por la gatera. Por ejemplo, no renunciar a una juerga con los amigos hoy, aunque mañana perdamos otros tres meses de libertad (de empleos, de tratamientos médicos, de escolarización...). Y todo esto no tiene metáforas ni imágenes para retratarlo, es, simplemente, una derrota como sociedad que ya conocíamos, que hemos constatado, aun estando en un contexto de muerte, dolor y miedo. ¿De qué no seríamos capaces si silbaran las balas?

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