Ansia de irse

Tráfico en el puerto de Monrepós a las ocho de la tarde del viernes en dirección al Pirineo.
Tráfico en el puerto de Monrepós en dirección al Pirineo.
Verónica Lacasa

Gran parte de la ciudadanía está desoyendo la recomendación de no salir de su comarca. Y ello, sin el menor disimulo. A la hora de irse, al menos. Quizás la gente sea más pudorosa en su destino y no vaya por ahí jactándose de su escapada, mientras copea en la barra de un bar, a las tantas de la noche, algo que está prohibido en el lugar del que procede. La discreción, en cambio, cunde más entre la minoría que cancela sus salidas. Es la discreción de quien no quiere parecer idiota, no sea que seguir lo recomendado signifique no saber de qué va el asunto, ni lo que en realidad pretende la autoridad, con su dispongo, pero no obligo.

En todo caso, lo anterior cuestiona la idea de que, comprometidas la salud y la vida, las personas no han de ser tratadas como menores de edad, obligando o prohibiendo, y que basta con apelar a la responsabilidad de cada cual. Contrariamente, sale fortalecido el castigo. "Tenían que prohibir", afirma quien hace las maletas, valorando, además, que una recomendación no legitima la devolución de lo pagado en pasajes o reservas.

Finalmente, así como entiendo el ansia festiva de jóvenes y no tan jóvenes, en cambio, me intriga mucho ese deseo irrefrenable de irse, de desconectar, se dice, como si el hábitat y el acontecer habituales fueran inhóspitos e insoportables, en lugar de aprovechar las circunstancias para darle una oportunidad al ocio local, a la desconocida cercanía, sin necesidad de aeropuertos, tráfico o habitaciones estandarizadas. Y, sobre todo, sin que nadie pueda acusarte del siguiente desastre, ni de que le estás llevando un virus a su casa. 

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