Por
  • Francisco Artajona Ramón

La otra epidemia silenciosa

Opinión
'La otra epidemia silenciosa'.
Heraldo

La despoblación y la EspañaVacía son dos mantras tan fáciles de invocar como difíciles de combatir. Aragón se desangra y corre el riesgo de desvanecerse si quienes dirigen las instituciones niegan una realidad que les es difícil de gestionar. Pero esta es la tierra que nos vio nacer y debemos seguir construyendo su futuro con esfuerzo y determinación.

Sufrimos una epidemia que hace tiempo que pasó a ser la nueva normalidad. Nuestros pueblos se vacían animados por un virus tan silencioso como destructivo: el de la dejadez y la falta de iniciativa. Porque donde no hay servicios básicos ni forma de ganarse el pan no hay manera, ni ganas, de vivir. Nuestro sistema de bienestar no es gratis: lo sostenemos entre todos, también entre los que vivimos en los pueblos. Y es de justicia que tengamos también cerca médicos, maestros y un mínimo de seguridad y protección.

En las últimas semanas, los bomberos que dependen de la Diputación Provincial de Zaragoza han dejado de hacer horas extra. ¿Cómo es posible que la institución les deba más de un millón de euros? El déficit de personal reduce la capacidad de intervención de un servicio que ha sido un ejemplo de excelencia. Cada accidente y cada incendio ponen a prueba a sus profesionales y los retrasos en la atención a las víctimas se suceden. Los bomberos no han parado de denunciarlo.

Desde el PP y Cs presentamos una moción para que el problema se solucione. La buena noticia es que la apoyaron desde todos los grupos. La mala, que la sesión se convirtió en una retahíla de reproches políticos por parte del presidente de la DPZ y todo terminó con un sabor agridulce y bronco.

Se dice de los aragoneses que hemos construido una tierra de pactos, pero no basta con tender la mano y sonreír en la foto. De eso debería ser consciente el presidente de la Diputación: si no somos capaces de volver a ese espíritu de consenso que siempre ha reinado en nuestros pequeños parlamentos provinciales, y que los ha hecho únicos y necesarios, no tendremos ningún sentido. La política que se hace en nuestras modestas instituciones es la más humilde, y por eso es también la que menos tentaciones tiene de no consagrarse al servicio del pueblo. Pero si hacemos de nuestro territorio una amalgama de reinos de taifas, y no les brindamos herramientas para afianzar su población, estaremos definitivamente equivocados.

Las carencias del servicio de bomberos son solo una arista del problema. ¿Cuántos pueblos se quedarán sin médico o pediatra estas vacaciones? ¿A cuántos les faltan servicios bancarios o dotaciones de la Guardia Civil? Las carreteras provinciales esperan su momento y la falta de internet y banda ancha condenan al territorio a la incomunicación y a la asfixia de cualquier proyecto, por no hablar de lo que ha supuesto su carencia en tiempos de confinamiento.

Todos estos son síntomas de la incapacidad para afrontar de manera solvente el desafío de la despoblación. La Diputación Provincial se ha convertido en un cajero automático que ofrece parches para inyectar dinero en planes que ayudan a aliviar ciertas situaciones, pero no las reconducen. Repartir los pocos efectivos de Bomberos que se tienen por el territorio es una medida de choque, pero no un plan en sí mismo. Bucear en la gestión de hace seis años del contrincante político como maniobra de descargo de responsabilidad es ridículo y del todo inútil para solucionar el problema que nos ocupa. Ayudar a agricultores y ganaderos es necesario, pero ningún negocio es viable hoy en día sin internet: el campo tampoco. La voluntad política no es suficiente para gobernar la provincia con eficacia y acertar con las medidas que se aplican, algo que no solo es compatible con la autonomía local sino que la refuerza.

Estos días tenemos una nueva oportunidad de entendernos y lograr acuerdos. Nuestros municipios se ven amenazados por el propósito del Gobierno central de que cedan sus remanentes e inyecten de esta forma liquidez al Estado. Cuenten con nosotros para reconducir esta situación. Elevemos a la categoría política de normal lo que es un pensamiento compartido entre los alcaldes, que luchan sin cuartel por mantener a sus pueblos vivos. Lleguemos a un gran acuerdo construido desde el consenso. Sumemos al margen de las siglas, y desde lo que las siglas pueden aportar en cada situación.

Hagamos de la política a pie de pueblo la más honesta con la sociedad y la mejor arma para lograr una nueva normalidad desde la que impulsar la reconstrucción de nuestra tierra.

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