Tócala otra vez, Covid
Con los rebrotes de la covid, si algo se ha puesto de manifiesto es lo difícil que lo van a tener los locales de ocio nocturno. Era algo que se veía venir: en ciertos bares y discotecas, a ciertas horas, a la clientela le va justo para atinar con el vaso en la boca o para despegarse del perreo, como para pedir mascarilla, higiene de manos y distancia. Sería como una corrida de toros sin astados. Un oxímoron. Un imposible. Es por eso que desde que comenzó la pandemia, comenzamos a aprender cómo se transmitía el virus y observamos qué negocios se clausuraban por recomendación sanitaria, me empecé a preocupar por esos pequeños espacios culturales que pelean contra viento y marea por mantener viva la música en directo. La Lata de Bombillas, por ejemplo, en Zaragoza; o el Café Libertad, 8 en Madrid. Refugios a contracorriente de la cultura-mercado que persigue gustar, vender, epatar a los instintos más simples. Milagros valientes y vocacionales que por desgracia se han visto arrollados por la covid-19 entrando en el mismo saco que las discotecas o los garitos a los que se va a bailar, a beber, a conocer gente y a poner a calentar en la banda al ibuprofeno.
En Zaragoza ha sido particularmente doloroso ver cómo la citada Lata de Bombillas tuvo que cancelar hace apenas unos días los conciertos que empezaba a retomar en su escenario de la calle Espoz y Mina, donde se invitaba a los asistentes tanto a disfrutar de la música como a cumplir con las normas que nos dan seguridad a todos. Y es que no parece sensato extender una prohibición a locales donde el ocio se vive de formas muy distintas: no es lo mismo estar sentado, separado y con aforo reducido escuchando a un grupo tocar en directo; que en una discoteca o garito, pasado de copas, abrazándote con los colegas. Y la ‘nueva normalidad’ tampoco les debe tratar igual.
Una normativa específica para los bares y salas de conciertos mantendría a flote (me temo que parcialmente) a un sector históricamente muy dañado y del que subsisten los propietarios de unos locales que a su vez son el amparo de músicos que viven al día para poder seguir dedicándose a su vocación. En caso contrario, caeremos en un maltrato aún peor que el de la ‘vieja normalidad’, que ya le tenía escaso apego a la belleza más libre.