Tócala otra vez, Covid

El Brindador, durante su reciente actuación en La Lata de Bombillas.
El Brindador, durante una actuación en La Lata de Bombillas.
Gustaff Choos

Con los rebrotes de la covid, si algo se ha puesto de manifiesto es lo difícil que lo van a tener los locales de ocio nocturno. Era algo que se veía venir: en ciertos bares y discotecas, a ciertas horas, a la clientela le va justo para atinar con el vaso en la boca o para despegarse del perreo, como para pedir mascarilla, higiene de manos y distancia. Sería como una corrida de toros sin astados. Un oxímoron. Un imposible. Es por eso que desde que comenzó la pandemia, comenzamos a aprender cómo se transmitía el virus y observamos qué negocios se clausuraban por recomendación sanitaria, me empecé a preocupar por esos pequeños espacios culturales que pelean contra viento y marea por mantener viva la música en directo. La Lata de Bombillas, por ejemplo, en Zaragoza; o el Café Libertad, 8 en Madrid. Refugios a contracorriente de la cultura-mercado que persigue gustar, vender, epatar a los instintos más simples. Milagros valientes y vocacionales que por desgracia se han visto arrollados por la covid-19 entrando en el mismo saco que las discotecas o los garitos a los que se va a bailar, a beber, a conocer gente y a poner a calentar en la banda al ibuprofeno.

En Zaragoza ha sido particularmente doloroso ver cómo la citada Lata de Bombillas tuvo que cancelar hace apenas unos días los conciertos que empezaba a retomar en su escenario de la calle Espoz y Mina, donde se invitaba a los asistentes tanto a disfrutar de la música como a cumplir con las normas que nos dan seguridad a todos. Y es que no parece sensato extender una prohibición a locales donde el ocio se vive de formas muy distintas: no es lo mismo estar sentado, separado y con aforo reducido escuchando a un grupo tocar en directo; que en una discoteca o garito, pasado de copas, abrazándote con los colegas. Y la ‘nueva normalidad’ tampoco les debe tratar igual.

Una normativa específica para los bares y salas de conciertos mantendría a flote (me temo que parcialmente) a un sector históricamente muy dañado y del que subsisten los propietarios de unos locales que a su vez son el amparo de músicos que viven al día para poder seguir dedicándose a su vocación. En caso contrario, caeremos en un maltrato aún peor que el de la ‘vieja normalidad’, que ya le tenía escaso apego a la belleza más libre.

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