Nuevo erotismo

Una pareja con mascarilla se abraza en Hong Kong.
'Nuevo erotismo'.
TYRONE SIU/Reuters

Es comprensible que quien goza de un bello rostro se resista a taparlo con una mascarilla, pues ello implica renunciar al arrobamiento ajeno. Además, se dirá, demasiada es ya la hermosura que las buenas costumbres condenan al ostracismo. En mi caso, por poner un ejemplo, sigo sin entender por qué aquel guardia urbano de Venecia me obligó a cubrirme el torso. Un torso renacentista y sexy que aún causa sensación, he de decir.

Por otra parte, en términos de cálculo utilitarista, cabe sostener que las mascarillas seguramente disminuyen la felicidad total, pues es probable que el lucimiento público de la belleza, un bien tan escaso, produzca un beneficio social superior al que se obtiene de ocultar la fealdad predominante. Sin embargo, esto irá cambiando con la extensión de la mascarilla de diseño, en sustitución de la quirúrgica, y a medida que la gente deje de ponerse dicha prenda bajo la nariz, el mayor de los espantos, o a modo de mentonera, gargantilla, pulsera o codera. No en vano, ya se habla de un nuevo erotismo asociado a la mascarilla.

En todo caso, el criterio estético, sea cual sea, cede siempre ante el sanitario, máxime en un contexto en el que expresiones como ‘brote controlado’, ‘trazabilidad’, ‘vacuna de Oxford’, o ‘los niños no son supercontagiosos’ no pasan de ser eufemismos. Hoy por hoy, la única forma de evitar otro desastre consiste en lavarse las manos, distanciarse y usar mascarillas. Tengámoslo en cuenta quienes nos sacrificamos embozando nuestra guapura. Además, existe el placer de imaginar lo que oculta un trozo de tela. En esto lleva ventaja el islam.

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