Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Legislar la memoria y el olvido

Opinión
'Legislar la memoria y el olvido'
Heraldo

Sólo la selección hace útil el conocimiento. Lo sabe Borges y lo cuenta, como sólo él puede, a través de la historia del cartógrafo que quiso hacer un mapa absurdo escala 1:1, y de Funes el memorioso, condenado a la incapacidad de descartar recuerdos.

Se ve con nitidez en el trabajo del historiador, que selecciona lo que merece la pena ser recordado: construye narraciones orales o textos escritos en las que incluye sólo algunas acciones y hechos, lo que supone dejar expuestas al olvido las no seleccionadas. Esto hace útil su trabajo, que se basa en tres operaciones encadenadas de observación, selección y narración.

Asociamos ‘historia’ con pasado. Partiendo de la idea genérica de simple mirada, el significado se fue decantando y cerrando hasta el que es hoy uso dominante: de todos los posibles objetos de nuestra mirada, llamamos historia a la que tiene por objeto algo que alguien ha hecho o algo que ha pasado; hechos y sucesos. Acudiendo a una licencia expresiva diré que el objeto de la historia es la "realidad pasada", sabiendo que la expresión es problemática. La decisión de qué se recuerda modifica esa realidad; por eso resulta determinante averiguar quién fija el criterio que delimita el recuerdo y el olvido.

Hasta el siglo XIX encontramos sólo historias de encargo específico, en que alguien define exactamente el objeto de observación y la finalidad y textura de la narración. Si nos situamos en la Edad Media vemos que las primeras historias son variantes del género de ‘vidas ejemplares’: un rey encarga a alguien que escriba las cosas que ha hecho, intentado incluirle en una galería de héroes civilizadores. Muy cerca están las vidas de santos y lugares santificados, igualmente llamados a servir de guía espiritual. Un segundo subgénero son las narraciones, también de encargo, que tenían como propósito delimitar espacios geográficos o sociales, sirviendo para establecer identidades, crear sujetos colectivos y naciones. Unas y otras historias de encargo están cargadas de moral: mezclan noticias más fieles a lo sucedido con otras claramente imaginarias, para fijar y reproducir un código moral social que se quiere imponer.

Hay que esperar a épocas recientes para que este esquema se modifique: se dotan puestos para profesionales de la historia, que reciben un encargo y financiación sólo de tipo general, a los que se reconoce libertad para elegir objetos de observación, enfoques metodológicos y contenido de la narración. Estas narraciones históricas profesionales tienen orientaciones, prioridades…, pero asumen la disidencia.

Este esquema de profesionalización se modificó cuando en algunos regímenes totalitarios se recuperó la práctica de la "memoria de Estado" en un contexto de cultura de Estado, que alteró el libre flujo de los estudios históricos, imponiendo lo que debía presentarse como digno de recuerdo —hubiese existido o no en esa realidad pasada—, lo que debía olvidarse, y cómo debía construirse la narración.

En las sociedades plurales se evita la legislación de la historia; no mezclan bien. Cuando lo que se establece es el recuerdo, el sistema tiene suficientes recursos para que el empeño fracase o pueda fracasar. El problema adquiere un matiz más preocupante cuando se quiere imponer coactivamente lo que debe ser olvidado; no se trata ya de omitir la narración de cosas o hechos, sino de prohibir y castigar su mención: derribo monumentos, arranco placas, suprimo menciones... No tenemos mecanismos para controlar y compensar esta destrucción, que conceptualmente no es muy distinta a la realizada por los talibán.

Se ha abierto una línea de acción muy peligrosa que propone institucionalmente la demolición de elementos de la realidad pasada. Ya no se trata solamente de revocar honores a seres despreciables; se han roto los diques y esta destrucción de lo que no encaja con nuestra representación de la realidad alcanza cosas que una sociedad sana consideraría irrelevantes y sin ninguna capacidad de daño. Enfurecidos, quemaremos o editaremos películas y borraremos espacios de humor. Porque tenemos sabios y sabias perspicaces que han sacado a la luz el racismo encubierto de las chocolatinas

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