Por
  • Isabel Nerín

Miradas

Opinión
'Miradas'
Pixabay

En la mesa de mi despacho tengo unas gafas ajenas que pertenecieron a mi padre y que me pongo de vez en cuando. Con ellas veo todo borroso: la pantalla de mi ordenador, lo que escribo y todo lo que me rodea. No es de extrañar pues las alteraciones oftalmológicas que tenía mi padre y las mías son diferentes. Me las pongo en los momentos de confusión o incertidumbre y paradójicamente el ver todo borroso me tranquiliza más que inquietarme. Me sirven para recordarme que las cosas no son siempre como las vemos sino que cambian según la mirada de quien las observa. Mirar y ver son acciones distintas. Las miradas son universales, mientras que la visión es particular de quien mira, depende de sus ideas y de sus creencias.

Estamos en tiempos de miradas. Las mascarillas siempre necesarias, y ¡por fin obligatorias!, nos acompañarán durante un tiempo y con ellas solo los ojos quedan al descubierto. Las miradas han sustituido a los besos, los abrazos y a los apretones de manos. Ahora, con la mirada nos reconocemos, nos saludamos, e incluso nos sonreímos, porque la diferencia entre una autentica sonrisa y otra ficticia está en la contracción de los músculos orbiculares de los ojos. Es decir, son los ojos los que nos que indican si nos sonríen de verdad o es una simple sonrisa de compromiso. Ahora, no tenemos besos ni abrazos, pero tampoco sonrisas ficticias porque ante unos ojos que sonrían ya sabremos con certeza que es una sonrisa verdadera. Se dice que los ojos son el espejo del alma, pero en tiempos de miradas seguramente son mucho más.

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