Por
  • Andrés García Inda

Algo así como una escuela

Opinión
'Algo así como una escuela'
Krisis'20

El pasado 21 de junio andábamos bromeando en las redes y en los medios sobre el fin del mundo. Al parecer, algún científico o ‘experto’ había recalculado las previsiones del calendario maya y había determinado que el apocalipsis definitivo tendría lugar ese domingo. Aún estábamos ironizando sobre ello y hete aquí que, de un modo u otro, ese día ciertamente se nos acabó un mundo; otro mundo. Como si hubiera aprovechado la fecha para descolocarnos con una de sus bromas habituales, el profesor Manuel Calvo García, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Zaragoza y maestro de varias generaciones de estudiantes, falleció en la tarde del 21 de junio.

Porque una de las características del profesor Calvo –de Manolo, si me lo permiten– era sin duda la ironía y el humor. Gustaba de hacer bromas con el rostro imperturbable que, a pesar de los años de relación, muchas veces nos seguía confundiendo. Pero era un humor sin rastro de cinismo, sin voluntad de herir al otro, ni siquiera de sobresalir personalmente o quedar bien. Un humor amable, cariñoso, cuyo objetivo era hacer más fácil la relación, provocar sin molestar, en la idea, consciente o no pero cierta, de que pensar en profundidad es siempre un desafío que de alguna manera va ligado –ya no sé si es la causa o el efecto– a una sonrisa. ¿Verdad, compañero?

En los días pasados otros compañeros del profesor Calvo han escrito ya sobre él, con más conocimiento y estilo que yo. Permítanme sin embargo que aproveche esta tribuna para sumarme a ese homenaje, añadiendo a lo que ellos ya han dicho un pequeño comentario más de lo que Manolo nos enseñó sobre una manera de ser universitario. Si ustedes le preguntan a cualquiera de los que le conocieron, le dirá seguramente que lo que más caracterizaba al profesor Calvo era la generosidad: con el tiempo, con los recursos, ¡con las ideas!... Y del trabajo generosamente compartido fueron surgiendo poco a poco proyectos, alumnos y compañeros que acabaron conformando algo así como una escuela, en la que podían encontrarse gentes diversas de aquí y de allá. Una escuela abierta, por supuesto, porque si no no lo es, y en la que por utilizar las palabras de Bergamín los alumnos son discípulos, que no prosélitos. Una escuela en la que lo que está en el centro, más que el maestro, es la búsqueda libre y rigurosa del conocimiento (aunque en muchos casos sea el maestro quien lo representa). Y por eso mismo en M. Calvo la generosidad iba aparejada con la humildad y la discreción personal, como siguiendo a la letra aquella famosa frase de Bacon con la que Kant abrió su ‘Crítica de la razón pura’: "De nobis ipsis silemus" (sobre nosotros callamos). En un tiempo donde a veces esa búsqueda compartida del conocimiento se ve eclipsada o sustituida por la lucha de poder, el ansia de protagonismo y la tiranía de la mera opinión, el magisterio de intelectuales como Manuel Calvo viene a recordarnos el sentido de la actividad universitaria como una contribución, de una u otra forma, a la transmisión de ese saber riguroso, tratando de ampliar sus límites, participando en algo así como una escuela.

Escribe el filósofo Javier Gomá que en la vida "hay que aspirar a algún grado de excelencia personal para así cumplir con la máxima moral que dice: “Vive de tal manera que tu muerte sea escandalosamente injusta”. Injusta porque haya prestado a mi vida individual tan manifiesta dignidad que mi muerte sea percibida como un atropello, un empobrecimiento estúpido del mundo". Pero que a la vez hay que aceptar la muerte no como un agravio sino con naturalidad, para privarle de su poder y su carácter trágico, incluso haciendo una broma o riéndose de ella –o con ella–, no de un modo cínico o macabro sino sencillo, humilde, generoso. Pienso que ese doble imperativo se hizo realidad en la vida del profesor Manuel Calvo García, como lo ha sido en la de tantas personas –algunas más lejanas, otras muy muy cercanas– a las que hemos despedido en este año especialmente doloroso. Pero ‘de nobis ipsis silemus’.

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